"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





lunes, 28 de noviembre de 2011

De qué se ríen, oigan


Esta escultura, sita en unos jardines de Oporto, siempre me pareció enigmática. Un grupo de espectadores, sentados en unas gradas, se troncha de risa. Nunca supe si el espectador que se cae es porque se desternilla y la propia inercia de su emoción le precipita gradas abajo, o porque le empujan los individuos que permanecen acomodados. Da la impresión de que la escena es contemplativa y por esa razón el paseante que se detiene ante el conjunto trata de reconstruir lo que hay en la zona opuesta al grupo. Es decir, en el primer plano. Es decir, donde te sitúas tú. Tratas de comprender qué situación les convierte a los figurantes en pasto de las carcajadas. Y miras en derredor por si hay una invitación para que entres también en el juego de la risa. Debe ser una comedia, piensas. Debe ser una chanza, un homenaje a los viejos espectáculos que trataban de aliviar las penas. ¿Y si el objeto de risa son ellos mismos entregados a ese ejercicio desbocado? Pero la caracterización de esa concurrencia te resulta siniestra. Estos, se te ocurre, no están para hacernos reír. Estos se ríen de todos nosotros. De ti, que pasas de largo. De ti, que no quieres pensar y metes la cabeza en el agujero. De ti, que te angustias con los acontecimientos. De ti, que fantaseas. De ti, que trabajas y pagas impuestos para que ellos se lo pasen bomba. De ti, que entras al trapo y les entregas tu vida. El telón se abrió hace mucho tiempo. La obra que se representa acaso entra en su último acto.

"La pinza de la doble crisis energética que padecemos –final de la era del petróleo barato, y desestabilización del clima del planeta– atenaza las posibilidades de vida humana decente sobre el planeta Tierra. Desde el punto de vista socioeconómico, la guerra de los ricos contra el mundo llamada neoliberalismo prosigue básicamente sin control. Estamos en la cuenta atrás y quizá en la siguiente gran crisis sistémica no tengamos ya ni el mínimo margen de maniobra necesario para llevar a cabo una transición no catastrófica. Hay que apostar por poner en el centro la acción sociopolítica y reactivar la política en sentido fuerte. Ni la democracia puede ser asunto de políticos profesionalizados, ni la sostenibilidad cabe dejarla en manos de ecologistas e ingenieros ambientales: son los asuntos básicos donde nos va la vida, donde nos jugamos el todo por el todo; nos atañe a todos y todas. Tiene que ser objeto de una política avecindada con la ética y practicada desde la base."


(Introducción a Frente al abismo, artículo de Jorge Riechmann -sí, el mismo Riechmann que es poeta- en la revista PAPELES de Relaciones ecosociales y cambio global, ver http://www.fuhem.es/revistapapeles/ . Ver el artículo copleto en este enlace:http://cursolimitescrecimiento.files.wordpress.com/2011/09/riechmann-frente-al-abismo.pdf )


domingo, 27 de noviembre de 2011

veintisiete de noviembre




pasar la tarde leyendo a Lêdo Ivo, como si no hubiera tarde; como si el tiempo fuera un artificio; y leer sin músicas celestiales, a pecho descubierto, en zigzag por los versos, cosas tales como:

No soporto ya las cosas claras.
Como en la infancia, quiero esconderme
de todos y de mí mismo.

y tener la sensación de que esa voz es también su voz; que esa voz fue robada en el crisol de su pensamiento y en la hoguera de sus deseos; que esas sensaciones -el poeta no usa palabras, hornea sensaciones- han sido algo constante a lo largo de su historia intransferible; y la tarde ha sido breve, como acontece con el placer; y la lectura ha sido reveladora, también aquí la voz del poeta es su voz:

Mujer, último refugio de la noche,
es en ti en quien me escondo
en el día incomparable.

sabe que esa voz no es en absoluto ajena; que todas sus resonancias le bullen dentro de su pecho.



(Las estrofas pertenecen al poema El espantapájaros, del poemario Plenilunio, del brasileño Lêdo Ivo)

sábado, 26 de noviembre de 2011

veintiseis de noviembre




creo que María Zambrano tenía razón, me dice cuando entro; le he encontrado abstraído y sobrio, incluso de modales; tan pronto se contempla la palma de la mano como mira hacia la cristalera a través de la cual se ven los abedules; un disco reproduce los concerti a cinque de Albinoni y no se ha molestado como otras veces por haberle interrumpido; perdona si no te entiendo, le contesto; sí, insiste, cuando dijo aquello de que el que mira es por lo pronto un ciego que no puede verse a sí mismo; la gente necesita mirar para saber cómo es por dentro; necesita mirar fuera, alrededor, debajo, pero me pregunto: ¿saben mirar? ¿saben enfocar su visión? ¿pretenden saber sobre lo que ven? ¿lo interpretan? ¿lo proyectan en su interior? ¿y acaban viendo?; pero debe haber una predisposición, un intento, una atracción; diría más, deben aquilatar su esfuerzo, y eso se traduce en pensar; escucha, escucha lo que sigue, me dice girándose hacia mí: y así busca siempre verse cuando mira, y al par se siente visto: visto y mirado por seres como la noche, por los mil ojos de la noche que tanto le dicen de un ser corporal, visible, que se hace ciego a medida que se reviste de luminarias centelleantes; ¿no es esto lo que acontece en estos tiempos de inciertos e infelices deslumbramientos?, concluye él a su modo; pero sabes perfectamente del lenguaje metafórico de la Zambrano, le digo para aliviarle un cierto deje angustioso con que interrumpe la lectura; y él: precisamente las metáforas sirven para asumir el estado de ceguera y, si no pueden con él, al menos lo aligeran y conduce los pasos en otra dirección; ¿pero qué pasos se están dando hoy día?; el bajo continuo del violoncello nos ha dejado callados; ambos palpábamos el poder de la oscuridad con que nos recubría la música; todo lo vivo parece estar a ciegas, decía ella.




viernes, 25 de noviembre de 2011

veinticinco de noviembre




le devora por dentro esa sensación de que un acto de la obra de teatro ha concluido, con un mayoritario aplauso; que los espectadores, aunque ellos se han creído actores, han respirado con alivio; no sabe muy bien de qué se sienten aliviados; desde luego, opina, no de su estupidez; quedan bastantes actos en este drama, ¿o es comedia, o es entremés?, algunos ya con guión y otros apenas pergeñados; rápidamente se ha hecho el silencio durante estos días, se intuyen las maniobras orquestales en la oscuridad, se percibe cierto fragor de los acuerdos y ordenamientos por encima de nuestras cabezas; eso le da en pensar y le deja mal gusto la situación anodina e indefensa que parece rodearnos; por si fuera poco, dice, salta a escena como una fiera indomable la gran señal; dice que escucha -¿o solo lo imagina?- al público comentar: aprovechemos la paga extra, por si es la última por un tiempo; la gran señal ilumina calles, agita las entradas y salidas de comercios, pone rostros postizos; no necesitaría un calendario, me ha dicho mientras abría su tercera trapense fuertemente malteada; con observar las conductas tribales sabes con una aproximación casi al cien por cien en qué momento del año te encuentras; ¿y si la recesión, la depresión o el hundimiento, como se la tenga que llamar, apaga la gran señal precisamente en estas fechas?, le replico con ironía; ha contenido con cierto esfuerzo la palabrota, se ha quedado ido y me ha ofrecido un sonoro eructo.




(Fotografía de Francesc Català-Roca)



jueves, 24 de noviembre de 2011

Montserrat Figueras: la sibila no muere



La voz de la sibila vive y no hay juicio final alguno que pueda empañarla. Los miedos del fin del mundo que acontecieron en Europa hacia el año mil dieron lugar a diversas versiones del canto de la sibila, plasmadas primero en latín, y generaron durante los siglos posteriores representaciones litúrgicas. Aunque la sibila es la figura por excelencia del oráculo griego, el cristianismo se reapropió de ella para atemorizar a la población, hablando del fin de los tiempos, del Apocalipsis, en definitiva. Y haciéndolo justamente en uno de los momentos en que según la misma creencia religiosa tendría que ser de los más felices: la Navidad.

Fue hacia el siglo XIV cuando el canto dio un salto a las lenguas populares del mediterráneo occidental, la occitana y la catalana. La representación del drama se ha mantenido en diversas poblaciones francesas, portuguesas y españolas hasta hoy. Pero ha sido la actualización y divulgación efectuada por Jordi Savall y la voz de la soprano Montserrat Figueras, desgraciadamente fallecida ayer, la que ha permitido un conocimiento más extenso en nuestros días, más allá de los reducidos marcos habituales de su puesta en escena. No, con Montserrat Figueras no desaparece la desgarradora y profunda voz de la sibila ni la armoniosa y orfeica que creara Monteverdi.




lunes, 21 de noviembre de 2011

veintiuno de noviembre



El renombre o la propia persona,
¿qué es más digno de estima?
La propia persona o las riquezas,
¿qué es lo más importante?
Ganar o perder,
¿qué es peor?

por qué recurre al texto clásico chino es un enigma; hay algo de homeopatía del pensamiento cada vez que algún suceso que le parece importante lo sufre además en su cualidad grave; hay una necesidad en echar mano de una dimensión que le calme; justo buscar palabras que no pueden entenderse como palabras, según indica el mismo lenguaje del Dao; y no obstante, buscar la calma en la ausencia puede ser beneficioso a corto plazo, para evitar la herida del impacto emocional; siente siempre como duelo cada acontecimiento exterior que sospecha que gravita con dureza sobre él; y para conjurar la desnudez del instante, y para sortear la confusión resultado de la claridad, otorga cierto valor sacro a algunas sentencias del compendio chino; podía haber elegido pasar todo el día bajo una higuera, pero llovía; podía haber recurrido a una ociosidad que le despistara, pero solo aplazaría su estado; ese tipo de textos crípticos, en los que no cree pero en los que se solaza, le hablan contra la propia forma del sentido que aparentan; sabe que, tal como sucede con otros textos agrupados de diversas culturas apropiados por castas o con transmisiones orales que adquirieron forma y a su vez se reutilizaron desde sectas, formulan muchos y diversos significados, nunca los mismos, nunca rígidos, jamás definitivos; ofrece y subyace narración en ellos y la literatura es naturaleza a cielo raso y luz en las tinieblas; sabe que, sea cual sea el medio como fueron utilizados y el fin a través del cual se pretendieron alcanzar objetivos absolutamente mundanos, también contienen puntos de meditación abiertos y aceptables; no ignora que el Lao Zi puede ser un libro del arte de la guerra, según dicen los estudiosos, y acaso él busque pertrecharse en la batalla contra su propia comprensión de la vida; al final de todo resulta que ese libro que propone la ausencia de las palabras genera palabras con tantos sentidos como se quiera hallar en él; por eso termina de leer el capítulo desde su elemental condición de hombre de abajo:

Una gran ambición conduce necesariamente a la ruina,
quien mucho acumula inevitablemente sufrirá grandes pérdidas.
Por eso, quien se contenta no conoce la humillación,
quien sabe refrenarse no conoce el peligro,
y puede vivir largo tiempo.







domingo, 20 de noviembre de 2011

La verdad Acton





"El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente."

Me parece importante y oportuno traer a esta página el aforismo del historiador burgués y católico John Emerich Edward Dalberg-Acton, Lord Acton. Vista la historia de España de los últimos años, la primera parte de la frase ya se ha ido comprobando, aunque los casos conocidos no han sido objeto de justicia y dudo que lo vayan a ser. Ahora, españolitos que habéis venido al mundo, a esperar que se cumpla la segunda parte del designio. Y si así resulta, es porque lo habéis querido. Y ojo, que hay muchas maneras de corromper. Simplemente, siguiendo las indicaciones de los amos del mundo.

sábado, 19 de noviembre de 2011

diecinueve de noviembre


ha partido un buen trozo de queso, muy añejo, muy picante; siempre le gusta ir contra los órdenes y los usos, así que ha abierto también para acompañar un viejo Riesling que se trajo de Mulhouse, que acaso no pegue, pero la botella ha caído entera; ¿sabes?, me ha dicho mientras jugueteaba con las migas y las cortezas del queso sobre la mesa, de niño deseaba con frecuencia que viniera el caballito volador y me llevara con él; ¿y llegó a venir?, le he respondido por reflejo, tontamente, en medio de mis vapores; no, ha contestado, pero soñaba tanto con él que era como si me transportara y en los sueños conocí muchos paisajes; ¿conociste también gentes?, se me ha ocurrido insistir; las gentes nunca me interesaron demasiado, por eso necesitaba el caballo volador, para huir de ellas; ambos nos hemos quedado callados un rato, vaciando otra variedad más agresiva de vino; luego, ha hablado: creo que esta noche necesito de nuevo que venga el caballito, porque, ya ves, cuando crees que tienes superados los mitos de tu infancia los invocas de nuevo; ¿es como si no desearas que llegara mañana?, se me ha ocurrido replicarle; y él: es como si necesitara saltar hacia adelante en el tiempo...



(Pintura de Pedro Monje)

sábado, 12 de noviembre de 2011

doce de noviembre



en tiempos de mediocridad, hay que buscar el sueño; no el adormecimiento, se dice a sí mismo, sino la capacidad de crear que en mayor o menor medida tiene cada individuo; y se encuentre o no esa llama interior al menos buscar el modo de disfrutar de lo que otros han creado; participar de la creación es integrarla en uno mismo; la belleza, por ejemplo, ¿dónde encontrarla sino en la propia materia?; ese afinamiento que sin dejar de ser misterioso está traído a este mundo de los vivos por el esfuerzo y la insistencia de sus artesanos; toda esta reflexión nada original viene a cuento de que ha estado mirando vídeos de danza esta noche; la misma composición de Ravel con dos intervenciones diferentes: Maya Plisetskaya y Silvie Guillem; detrás, la sombra del gran Maurice Béjart; ni por asomo se plantea elegir, ¿cómo elegir entre lo que es hermoso?; le horroriza la idea de la competencia y de la selección entre aquello que no tiene fisuras y que le empequeñece a él; se ha limitado a disfrutar con una y otra interpretación; ¿es más serena y madura la Plisetskaya? ¿es más salvaje e inquieta la Guillem?; qué importancia puede tener eso, piensa despreciativamente; lo que cuenta es el fuego, lo que habla es el movimiento, lo que conmueve es la ensoñación que ambas ponen en nuestras manos.




Maya Plisetskaya (Coreografía de Maurice Béjart)

Sylvie Guillem (Coreografía de Maurice Béjart)


Para ver la interpretación de Sylvie Guillem, hacer clic en estos dos enlaces:






Gracias.

jueves, 10 de noviembre de 2011

diez de noviembre


le resulta curioso el desfile en fila india; los días pasan, más transversales y secantes de lo que las hormiguitas humanas sospechan; por mucho que algunos quieran permanecer al margen de los días y de quienes controlan a su manera los días, no es posible; se puede apartar la mirada, hacer guiños a la estrellas, apurar una botella, piensa convencionalmente; pero todo te sigue cayendo encima o saliendo a tu paso o bloqueándote las rutas; los hombres y los días están alterados, algo no casa bien entre ellos; ha rescatado a Blaise Cendrars y se vuelve un díscolo del pasado; no cree a estas alturas demasiado en el viaje en Transiberiano, aunque así, literalmente, es algo que tiene pendiente desde las primeras lecturas; ¿se evadiría si lo realizara?; no estoy siguiendo ni debates ni programas ni cantos de sirena, me ha dicho esta mañana junto al quiosco de periódicos; no hay ruido en la calle, lo cual se agradece, ha dicho; no es que no me interese por el ojo del huracán, el verdadero, el que presagian negras tormentas, me precisa (y aquí sé que me acaba de hacer un guiño sentimental); es que no creo en la manera que tienen de contármelo, ni en lo que se guardan, ni en lo que nos deparan; ¿no eres demasiado tenebrista?, se me ocurre espetarle para salvar el humor; no me fulmina con la mirada, debe sentirse bondadoso hacia mí; sólo atina a suspirar: ay, hermano hormiga...




martes, 8 de noviembre de 2011

ocho de noviembre (casi medianoche)


en aquel lienzo de pared está aprendiendo más que oyendo sermones electorales; se pregunta si es más repulsiva la imagen de los que van detrás del pastor o la de quienes van delante; da la impresión de ser el mismo ejercicio; parece que van en la misma dirección, a cumplir un cometido semejante, a ser conducidos a análoga emboscada; y sin embargo él ve un matiz en el desfile de los insectos que se anticipan al ejecutivo; es como si supieran el camino a la perfección; como si tomaran la delantera responsablemente y asumieran ya la tarea por iniciativa propia; como si tuvieran interiorizadas las órdenes; como si marcharan aleccionados; sabiendo qué destino les espera prefieren ser ejemplares a remolones; reflexiona sobre esa variante conductual de los insectos; en el comportamiento de quienes sabiéndose parte de la grey se complacen en aparentar que la dirigen o que forman parte de su cuadro de mandos; ¿se reconocen los individuos en el camino, en el sentido que han tomado o en la manera de arrastrarse?; demasiada película a punto de medianoche, piensa

ocho de noviembre



tiene un sentimiento contradictorio sobre las hormigas; le simpatizan porque se acuerda de aquellas exploraciones infantiles sobre ellas; más tarde, cuando lo de la fábula de la cigarra, empezó a sentir tirria hacia la imagen de las hormigas; ya se sabe con qué objeto se inventaron las fábulas, como en otro tiempo se hiciera con las parábolas; fórmulas de adoctrinamiento, piensa; métodos de integración, no duda; él mismo los ha seguido, cuestiones de supervivencia, de no escape, de aferrarse a un comportamiento de conjunto para que no te aplaste el conjunto; ¿o al final sucede lo contrario?; pero ese mundo tan metódico y programado empezó a horrorizarle hace tiempo; no, no resta un ápice su admiración por las hormigas; mundus formicae, declina, mundus formicae est, asevera desde la tarima y la pizarra de su pensamiento; pero ese traslado de la imagen de ese mundo al hábitat del humano le rebela; vuelve a pensárselo: ¿y si resulta que precisamente ese ordenamiento riguroso y sumiso de las hormigas humanas es la causa del cataclismo?; piensa en lo que dice la canción de Brassens: porque en el mundo pues no hay mayor pecado que el de no seguir al abanderado; encoje el entrecejo ante la fila india; tuerce los morros ante el acatamiento; aprieta los puños ante la entrega incondicional; tal vez el abanderado vaya disfrazado de ejecutivo jovial y camelador; pero ¿cuántos disfraces más guarda en su armario el abanderado de turno?; escupe sobre la acera y coge una calle en dirección contraria, por donde no vaya gente; como un símbolo ¿inútil?


lunes, 7 de noviembre de 2011

siete de noviembre (avanzado)


los hombres deberían superar lo creíble, me ha dicho; no pasan de ese plano; a veces no logran ir más allá ni siquiera cuando los acontecimientos deberían obligarles a ratificar o a descalificar sus creencias; no sé por qué aún hay quienes están expectantes, ha insistido; ¿no crees en el diálogo?, le he sugerido tímidamente; no hay tal entidad, me responde; sólo existen bloques de palabrería, apenas diferenciados unos de otros; están cerca, están en el mismo punto, acaso son lo mismo, y no quieren reconocerse en ese ámbito; para cualquiera de los litigantes sería una concesión; son torpes -y en este punto se vuelve vehemente y repetitivo- pero no quieren admitirlo porque no persiguen sino su parcela, su afianzamiento; ¿y nosotros, el pueblo, qué somos?, se me ha ocurrido prospectarle; parte del circo, dice, circenses ora en las gradas, ora en la arena; imbéciles con la soga al cuello; ha mirado el cielo, gris, y me ha dejado con la palabra en la boca



siete de noviembre (pronto)



la luz es turbia desde que echa a un lado las sábanas; ¿quién sabe más de sus sueños? ¿las sábanas o él mismo?; no le cabe duda, las sábanas se impregnan de su calor, de su olor, de la inquietud de sus movimientos; las sábanas se dejan herir también por su apuñalamiento; deben saberlo todo de su secuestro nocturno; el agua y todo eso que se hace al levantar es como una barrera a la noche, pero no una exclusión; ha arqueado las cejas como un gesto de ratificación; nunca se había contemplado tanto las cejas, tan pobladas, tan vehementes en hacerse notar; la luz es turbia al otro lado de su guarida, donde hoy no siente el cimbreo de los árboles ni escucha el murmullo del riachuelo; es más turbia cuando se pone a andar por la calle y echa pestes de que ésta se haya convertido en un almacén de muebles, de señales, de objetos que la ocupan y borran su perspectiva; el ruido del tráfago rasga el escaso humor que le queda; grandes cartelones colgados de las farolas abusando del azul enseñan, enseñorean, personajes ridículos que anuncian la felicidad para los pobladores; ¿habrán convertido también al ave marina del icono en algo ridículo?; demasiado retoque en unos rostros que se le antoja de muertos; él ama el azul, pero ya se ve que el color, ese color, cualquier otro color, que no pertenecen al dominio de los hombres, puede ser adulterado y prostituido por los hombres; la luz es turbia y no puede elevar la mirada, le hace daño el azul de los carteles; si al menos el día estuviera despejado, piensa; si al menos hubiera todavía algo del auténtico azul dentro de mí, murmura calladamente; el color que no se trueca enseguida en símbolos, sino en percepciones libres…




(Fotografía de Jorge Molder)

sábado, 5 de noviembre de 2011

cinco de noviembre



el café estaba cargado, sabía bien; ha pasado rápido las páginas del diario que ordinariamente le resulta más creíble; aunque tiene claro el papel que juega ese diario más creíble, lo cual le hace siempre leer ciertos temas entre líneas, por lo tanto poner en duda credibilidades; poco interés por el relato de los artículos que aparecen hoy; se siente escéptico, cada día más, y la expectación por los acontecimientos ordenados es ausencia en él; en contra de lo que muchos podrían pensar, su propio escepticismo le libera por una parte y le hace sufrir por otra; solo le ha llamado la atención un artículo que en el titular se pregunta sobre una posible muerte provocada de Albert Camus; un asesinato político, que señala a la policía posestalinista; a estas alturas considera que todo es probable; muertes con apariencia casual han tenido largas manos interesadas, por parte de todo tipo de regímenes políticos, económicos o de clanes; por lo demás, y salvo la referencia a un escritor checo que vivió siempre en represión (represión de no poder publicar, por lo tanto de no poder expresarse como hubiera querido) un tal Jan Zabrana, del que jamás había oído hablar, el artículo no le aporta mucho más; oye citar por primera vez los Diarios de ese escritor; mientras repite una taza de café medita sobre Camus, que siempre le ha parecido un incorruptible del librepensamiento, que se granjearía enemistades y, si Zabrana tiene razón, hasta su desaparición física; el nombre Camus es para él un resorte; debería releer La peste, piensa, ¿o acaso La caída, que tanto le ha fascinado, o El hombre rebelde?; deberías, y durante este mes vas a necesitar bastante oxígeno, le indica la otra voz desde dentro; y los próximos tiempos, salta él.



martes, 1 de noviembre de 2011

recordando a Tadeusz Kantor


“En 1971 vivía en un pueblecito de la costa que tenía pequeñas casitas y un colegio con el aspecto más pobre de todos los colegios posibles -estaba abandonado y vacío y sólo contaba con una clase-. Podía mirar a través de los cristales sucios de las dos ventanas, ventanas miserables. Pegué la cara a la ventana y miré dentro de mi propia mente. En mi memoria trastornada era un niño pequeño otra vez sentado en una pobre clase de pueblo. Su pupitre estaba rayado con marcas de cuchillos y mojaba sus dedos llenos de tinta para pasar la página de la cuartilla. El tanto frotar había hecho que los granos del suelo de madera fueran visibles. La clase tenía paredes blanqueadas y en la parte de abajo se desprendía la cal. Había una cruz negra en la pared. Hoy sé que hice un descubrimiento importante junto a esa ventana: me di cuenta de la existencia de la memoria".

Tadeusz Kantor


La superficie de los rituales, ¿qué oculta o qué preserva en los individuos? Es una pregunta que no cesa de hacer a lo largo del tiempo. ¿Hay algo más por debajo, por detrás o en medio de las señales de compromiso y de las palabras huecas? En la medida en que los rituales han sido empañados, absorbidos y desvirtuados por la comercialización y la publicidad, mira a los individuos que le rodean, pero no les pregunta. Para qué. Nadie va a responderle, salvo aquello convencional. Y todos van a cumplir, sea la fecha que sea, como autómatas. Él no se ha movido hoy. Hace años que el ritual no va con él. Por lo tanto no ha comprado flores, no ha pisado un cementerio, no ha tenido un pensamiento especial o diferente -que no tenga en cualquier momento- con quienes le han precedido en el signo de la nada.

Pero Tadeusz Kantor le ha despertado del letargo del día festivo. Hace tantos años que vio La clase muerta que, aunque no recuerda con demasiada precisión, no olvida que trataba sobre el recuerdo y la muerte. Unos cuantos personajes viejos, pero viejos-muertos, hacían que volvían a la escuela y eran acompañados por sus propios espectros: ellos mismos de niños, representados en la escena por muñecos que llevaban encima, a sus espaldas, muñecos-niño versus escolares-viejos y muertos. Tal parecía que la encarnación del espectro fuera lo otro, lo pasado, esos niños o memoria de sí como niños, que se reencarnaba en los escolares-viejos formando una unidad. No había distancia entre tiempos ni entre vida y muerte. La paradoja estaba allí: los ancianos representaban los comportamientos y el recuerdo de su infancia escolar, pero la infancia estaba muerta y ellos lo estaban también. Y todo el argumento se desarrollaba con escenas de aprendizajes, memorizaciones, actitudes del maestro y comportamiento de alumnos. ¿Representaban los ancianos lo que habían aprendido, no tanto las lecciones de las clases, como la intensidad de lo vivido?

¿Pretendía Kantor hablar solo de la muerte en abstracto o como hecho determinante? ¿O como la muerte en vida, en que a medida que pasa el tiempo el pasado no es y se va teniendo la sensación de que lo aprendido, o al menos la memoria de lo aprendido, radica allá atrás y ya empiezas a estar muerto si no sientes en cada nueva circunstancia que vives el calado y la emoción que sentíamos de niños? No cesa de preguntarse si ésta es la verdadera reflexión, o al menos un camino posible y más correcto hacia una respuesta coherente. Debe ser por esa razón por la que los rituales religiosos y socialmente admitidos los encuentra francamente inútiles y vacíos de contenido.