"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





domingo, 28 de febrero de 2010

Reencuentro


“...ni dejo de leer las líneas del respaldo. Como una partitura virgen en la que estuvieran por escribirse las notas. Un lenguaje que no sé si sabría retomar, una vez extraviados los sostenidos y privado ya de las figuras y de las claves que han compuesto todos estos años de mi vida avanzada. Y ahí, sobre él, sobre el pentagrama de madera, la espalda se dejó trazar largas jornadas. Me sorprendo de la simplicidad de la silla, a la que tenía olvidada. Ahora miro su proyección en la pared y de pronto siento cómo me llega un aroma. No es posible. Es incisivo, frutal, salino. La habitación no guarda más que olor a ranciedad. El aire frío que penetra al abrir la ventana orea el interior, sin desalojar del todo aquel miasma de abandono y clausura. Pero el perfume procede de una lejana fidelidad alojada en mi. Sé que estoy sólo en la estancia, en la casa, en la finca. El dominio que creía ejercer hasta este instante flaquea. Cierta agitación me hace aguzar la nariz y mirar a los lados. Es cuando sospecho que una sensación resguardada por la memoria lejana la salta. El lugar, una manera de estar yo allí, un tempo en el que me hallo que no se había producido antes. Una confluencia de realidades que laceran mi cuerpo, una agitación de deseos recónditos que imaginaba perdidos, un desbocamiento de recuerdos que bullen al son de la observación. Busco con avidez los factores que expliquen el ensueño que sufro en este reencuentro. El olor se hace cada vez más próximo. Me tapo la nariz y la fuerza que me invade aumenta. Intuyo que detrás de aquella fragancia se aceleran imágenes desordenadas. Que el afinamiento de un sentido va a dar escape a antiguos fantasmas. Acaso dulcísimos, y así mismo tal vez extraños o incomprendidos...”

viernes, 26 de febrero de 2010

Permanencia



“...y de ahí que al encontrar aquella silla mi mente se salpicara agitadamente. Ya no estaba mirando al patio. Ya no tenía delante el paredón de ladrillo ennegrecido. Ya no se empotraba bajo la abertura de la mesa artesana. Ya no sostenía mi cuerpo inquieto. Ya no cabían las horas de ensoñaciones que suplantaban a las obligadas. Ya no traicionaba aquel estudio que debería haber afrontado con ahínco. La silla estaba sola, polvorienta, descolorida. Había permanecido ahí por olvido y ahora no quería desproveerme de ella. Testimonial, escasamente estética, humilde. Su única utilidad consistía en ocupar un espacio menor. Miento a otros, os miento a todos. Pero no me engaño a mi mismo. Sé que su significado dispone un uso superior. Un uso cuya física se desarrolla en mi cerebro. Es una motivación que surge en días grises, pero también en momentos luminosos. Ahora hay más luz. Sin casa vieja delante de la ventana no hay una vista espectacular. Es improbable en una casa de barrio antiguo. Pero a partir de la línea del horizonte de los ojos elevas la mirada y el cielo se te abre como no lo había hecho en tu adolescencia. Y piensas que si esta luz hubiera existido entonces tal vez tú habrías acontecido de otra manera. Sigues soñando con lo incierto. Hay días en que lo hago así: levanto la persiana, abro el cuarterón de la ventana, dejo que el sol o las nubes tomen la habitación a su manera, permanezco quieto mientras este fenómeno veloz se produce, coloco en alguna parte del cuarto la silla, no siempre en el mismo punto, cojo otra de las de ahora y me siento en ésta. Me siento a contemplar la silla vieja. A veces cambio de posición yo. Durante estos años he cambiado de posición en infinidad de ocasiones. Todo el mundo lo hace. Al fin y al cabo, pasar la vida es estar cambiando de posiciones físicas con más o menos frecuencia. Con más o menos constancia. Estiro las piernas, alargo los brazos en cruz, echo hacia atrás la espalda, trazando una curva con medida. Observo la silla como si fuera el arcano. Hay un instante en que tengo que tragar saliva, porque algo sube por el pecho y rasca con acritud mi esófago. No quito la vista del contorno inmóvil que aguanta mi mirada...”

martes, 23 de febrero de 2010

Limitaciones


“...pero no es absolutamente definitivo que dejen de ser si no permanecen en su estado físico. Al menos no en su significado subjetivo que, en resumidas cuentas, es el que te confiere conciencia y por lo tanto destino. Cuando he tenido que marcharme de un lugar que me hacía sentir bien o separarme de otros individuos que me aportaban en aquel momento como si fuera la plenitud, cuando acaso no era sino la revelación que venía a salvarme en ese instante, sabía que el objeto desaparecía porque desaparecía su estado. Por lo tanto, se esfumaba también su condición. Mi manera de aferrarme a que la desaparición no fuera para siempre era transportar la experiencia vivida a mis sentimientos. Y mis sentimientos los aderezaba con las emociones que, cual ingredientes de la despensa particular, están siempre prestas a echar mano de ellas para cerrar el círculo del sentido de las cosas. No me bastaba con la memoria. Tenía que traducirlo a campos más profundos, donde se preservase el significado que había tenido para mi. Y entraba en una especie de melancólica fidelidad a la memoria de lo imposible. Pero en la medida en que el estado real había cambiado, aquel ejercicio íntimo no era sino nostalgia que me mantenía provisionalmente, hasta adaptarme a otra situación. Nunca volvería ni al paisaje del espacio ni al paisaje del vínculo. Y los anillos en espiral se iban tejiendo uno tras otro sobre mi entidad protectora. Y no sabía dónde me llevaría el siguiente, ni siquiera si habría otro que viniese después. Siento así mi vida pasada, ahora que hablo desde el otro lado del piélago, como un crecimiento arriesgado y a su vez defensivo. Como si se hubieran estado tanteando las fuerzas por la experimentación ávida con los recursos que deberían prever desde dentro mi protección. Una práctica refleja que me envolvía en una vorágine y que se manifestaba en sus vaivenes...”

lunes, 22 de febrero de 2010

Ascensión


“...aunque en algún lugar del espacio se pretenda perpetuar. Un fin que de hecho no se da jamás. Hay una especie de dirección helicoidal en todas las cosas que ejecutan los hombres. Con sus propias obras los hombres pretenden ofrecer la visión de un mundo acabado. Todas las culturas se empeñan casualmente en el mismo objetivo. La experiencia biológica y cultural demuestra que todo lo aparentemente concluido inicia un retorno hacia su desaparición. De la nada para la nada. Pero la obsesión demiúrgica de los hombres trata de prever en sus obras una solidez que garantice si no una vida eterna para la obra, sí al menos una existencia prolongada. Por supuesto, muchas son las nombradas y pocas las obras escogidas. Incluso aquellas que tenían una funcionalidad y un carácter sagrado han operado una quiebra, si no su desaparición. Es esa tendencia helicoidal la que sigue actuando para hacernos inasequibles a la búsqueda y al esfuerzo. La obra no es ya solamente lo que se ve, sino fundamentalmente lo que permanece en la oscuridad. Es en los segundos e incluso postreros planos donde se fragua un nuevo anillo del caparazón que nos permitirá seguir intentando ascender al cielo. Latentes y perseverantes, se multiplican los esfuerzos. Ahí se crece la materia que permite ganar en consistencia al caracol. A cada paso, miles de figuras y representaciones quedarán en el camino, acaso injusta y desacertadamente para nuestros fines. No es extraño que tras lo traslúcido aparezca lo opaco, siendo como son ambas características más aparentes que definitivas. Y sin embargo, son reales en la medida en que no interviene otra fuerza exterior que las desplace, porque entonces dejarán de ser...”

domingo, 21 de febrero de 2010

Paso


“...y cuando me aproximo me desconcierto. Porque una imagen que una vez fue una obra, y seguramente una obra que pretendió aunar espacio y conocimiento de artesano, sigue siéndolo en su estertor. Aun diezmada, derruida, efímera al fin ante el poder de las herramientas. En su día, y esto es lo paradójico, las herramientas empuñadas por unas manos, por un cerebro, por una intención, levantaron aquello que duró cuánto, ¿dos, tres siglos? Pasado el tiempo, pasado el éter de lo que llamamos tiempo de historia, otras herramientas empuñadas por otras manos, por otro cerebro, por otra intención, acaban con el instante que se prolongaba. Es en ese momento cuando llegas a tiempo de comprobar el factor moribundo de un objeto. Imaginas por un instante el proceso de ascensión del objeto, cuando todos los recursos, los materiales, la concepción de sí mismo, el fin y la armonía convergente, se iban situando como un todo acabado. Y la imaginación, tan arbitraria como inútil en este caso, se desvanece ante el polvo que llega a tu garganta, y las cenizas, las astillas desprendidas, los ladrillos desencajados, la mampostería quebradiza, el cañizo desvencijado. Las grietas seculares no han originado esto. Las grietas hablan, dan fe, garantizan firmeza. Son tránsito en sí mismas. Prolongación. Las grietas son como la fiebre, no constituyen un mal en sí mismas. Acostumbrarse a convivir con las grietas es un ejercicio que entraña al ser con el objeto. Conciencia de lo inestable, de lo no perdurable. Veo entonces la metamorfosis. Las formas más antiguas del universo reproduciéndose ante mis ojos. El viejo caracol que sube a ninguna parte...”

sábado, 20 de febrero de 2010

Momento


"...No puedo resistirme a dejar que hablen los elementos. Me gusta escuchar la palabra de la desolación. Allí donde la destrucción ha dejado una huella imperdurable. A veces permanece el texto implícito de unos cristales rotos. Las ruinas preservan algo de la solidez que debió tener la obra antes de la decadencia. Me interesa el residuo, por lo que aún hay de pureza en él. Eso me ayuda a recuperar una imagen próxima a una supuesta realidad anterior que no conocí. Pero aunque distinguiera de modo más o menos cercano esa factura previa, no es lo que más me interesa. Lo que me atrae ahora es el momento del estado de ese objeto. El tempo particular que lo hace diferente a otros objetos clónicos. Para ello necesito aprender a mirar con otros ojos. Ya no me fío de las imágenes que me han trasladado. Ahora busco el corazón del silencio. Sus latidos no los oye nadie. Pero cuando me acerco al objeto hay una mano magnética que me arrastra hacia él. Insisto. No se trata de ver la ventana reconstruida; no tendría ni sentido ni utilidad ni podría percibir su acabado. Hago, por lo tanto, mía esa adherencia fractal que se constituye por sí misma. Nadie previó el resultado. Pero yo debo aproximarme a él y comprenderlo..."

viernes, 19 de febrero de 2010

Jaculatoria


Ubre que desciendes sobre la tierra
sedienta
como mis labios
apacíguame
y devuélveme al origen


(Pintura también de Pere Salinas)

jueves, 18 de febrero de 2010

Rasgadura


¿Asciendes o caes?
Es la incertidumbre.
Pero, ¿cómo ignorar el rasgón
a través del cual te asomas al silencio?

¿Caes o te proyectas?
Es la indiferencia.
Te da igual cómo empuñar la mirada
antes de perpetrar el deseo.

Crepita a lo lejos
una incesante llamarada.


(Acrílico del pintor barcelonés Pere Salinas)

miércoles, 17 de febrero de 2010

La bola del arcano



Parece un brindis, pero no es un brindis, pero y si lo fuera, qué, nunca he comprendido por qué hay que hacer los brindis con champán, supongo que porque lo hacían los señores y las señoras bien y los obreros lo copiaban, ya se sabe, había que seguir los modelos de perfección, y mirar las pautas del refinamiento, eso es lo que ha gustado siempre a los obreros, cuando había obreros, ahora ya ni se sabe, yo no los veo, bueno sí cuando vas por una carretera y de pronto te paran porque están haciendo una obra y ves allí a unos tíos a pecho descubierto, y tampoco, porque ahora les ponen monos especiales y unos chalecos con bandas amarillas y hay pocos, sólo ves máquinas de envergadura, y así debe pasar en todas partes, en las fábricas debe ocurrir parecido, gente queda en las fábricas, porque yo tengo vecinos que me cuentan que trabajan en una fábrica, luego aún existen también fábricas, menos no sé, yo nunca vi muchas por aquí, y los que aún quedan en esas fábricas se pierden entre uniformes, cofias, gorros, mamparas, carretillas eléctricas y robots, qué cambiado está todo, y te enteras de que hay una plantilla cuando les ves ir a tomar café en pequeños grupos, pero ya no cuando entran ni cuando salen, porque aquellas imágenes de la película de Lumière y otras del mismo estilo ya no se ven, y miran que hacía bonito, porque aunque salían andando o en bicis, y con caras de agotados, y no te cuento los mineros, que daban miedo, además de negros no negros, la ausencia de sonrisa les delataba, y los cuencos de sus ojos resaltando entre la negritud carbonaria eran la mirada del odio, y no te acercases porque podía caerte un escupitajo, nunca vi escupitajos tan justos y precisos como los de los mineros, pues eso que al salir de aquel mundo oculto tras unas infames tapias en agrupación coral, rápidos, desplegados de un extremo a otro de la calle, cual manifestación innata, impresionaban y había algo inherente en ellos, una sensación de fuerza contenida que acaso ni ellos mismos valoraban, porque salían con ganas de ir a tomarse unos chiquitos de vino y el menos agotado a echarle un lance a la mujer, aunque esto era francamente improbable, esto quedaría postergado para el día que no se trabajara, y no te cuento si encima ese día no era posible ejercitar el desahogo, no me imagino el resentimiento mal reprimido con que algunos empezarían otra vez otra semana otra repetición, pero aquellas trombas de obreros siempre me impresionaban cuando era pequeño, y primero sonaba una sirena impresionante que nos sobrecogía a todos, y el portalón que se abría con decisión, y todos los chicos parábamos de jugar y nos poníamos a un lado, y algunos veían entonces a su padre y se iban con él y él ni caso, un frotarles el pelo y marchar callados, y algunos chicos presumían de padre, porque algunos padres salían con traje y corbata, muy pocos, sí, y no es que fueran gran cosa, pero se les llamaba oficinistas, y no parecían sudorosos ni tan enfadados y veloces como otros, y es que aquello no se olvida, y entonces lo de brindar, pues hombre, qué decir, nadie sabía qué era eso, lo propio era el vino, y sí, recuerdo que algunos decían salud, algunas veces, sin necesidad de alzar el vaso, o para levantarlo directa y rápidamente hasta los labios, pero aquello no se olvida sobre todo cuando te pones a beber cerveza, una tras otra, y te abstraes contemplando las máscaras que aquel tío que había navegado en un mercante te trajo hace siglos de mares de tebeo, porque aunque te hablaba de unos sitios llamados Java y Sumatra y China, a ti te parecía que nombraba países que sólo existían en los tebeos, hasta que en uno de esos retornos nada frecuentes, tu tío, del que nunca supiste por qué decían que era tu tío, te trajo un montón de objetos extraños, como las máscaras de no sé qué teatro de la China, y con ser misteriosas te resultaba más extraño que tu madre le llamase tu tío, cuando nadie del resto de la familia lo reconocía como tal, pero cuando venía me dejaba todo aquel montón de cosas extrañas que yo no sabía si las había comprado o las había dibujado para mi, y yo me quedaba en la casa de los vecinos de abajo, y entonces mi tío y mi madre se quedaban en nuestro piso, y debían quedarse a hablar de cosas de familia mucho rato, supongo, porque mi madre y mi tío se llevaban muy bien, y yo lo veía, veía cómo cuando bajaba todo contento por las escaleras con las máscaras y otros juegos veía como agarraba a mi madre por la cintura y me gustaba verles reir tan alegres, por eso estas máscaras, y esta cerveza que me revela los arcanos de un tiempo que me cuesta coger hasta en el recuerdo, y no es un brindis pero podría serlo, y a mi se me hace que es una campana de cristal a través de la cual se ve con cierta nitidez lo que no veíamos antes...

domingo, 14 de febrero de 2010

Carnaval (2)


Hace todo lo posible por dar la talla. En su afán por integrarse desvaría. Tal vez no se da cuenta de que es fácil adaptarse al comportamiento del humano medio. Sólo se requieren ciertos gestos aceptados comúnmente para pasar desapercibido. Y acaso algunas actitudes más explícitas para ser aceptado. No es necesario apurarse más. Pero él necesita creerse el papel más que nadie. Cuando ve su reflejo en un escaparate se preocupa. Los ojos le parecen dos agujeros sin vida. Y demasiado puntiagudas las cejas. Tampoco he logrado suavizar los embolsamientos de los párpados, reflexiona. Se mira en exceso, sin caer en la cuenta de que los que transitan por la calle van absortos a su vez, y que no van a observar nada extraño en él. Pero no se siente seguro. No se ve a sí mismo como en realidad le ven, y eso le traiciona en sus ademanes. Despliega una amabilidad excesiva con la gente de las tribus. Me van a descubrir, teme. Precisa aumentar el ritmo de su acción. Desea normalizarse. Entra en un café y pide. Luego se sienta. Ha visto que lo hacen así los señores y él copia. Lo hace bien. El camarero le sirve y se sonríen mutuamente. Esa es buena señal, piensa. Despliega uno de los periódicos que hay para uso de la clientela. La tipografía le resulta extraña, pero mueve la cabeza como si saltara de un artículo a otro. Pasa la página con clase, se diría que hubiera estado haciendo esto toda la vida. En su otra vida. Levanta la taza con sumo cuidado, para no sobrepasar la altura de su boca. Mira a los lados y se decide a afrontar el desafío. El calor del café le obliga a hacer una mueca de espanto. Mira al frente, justo hacia una mesa donde una muchacha joven le está mirando con atención. Él cree que hasta con descaro. Vuelve a temer que detecten su farsa. En su empeño por normalizarse prueba nuevamente a tomar. Demasiado tenso, me voy a traicionar, piensa. Alza de nuevo la taza, con fuerza superior a la exigida por el ejercicio. Casi mete su nariz en el café. La chica ríe, quedamente, pero sin quitarle ojo. Él no sabe qué pensar. Una verdadera prueba de humano, se dice. El pequeño goteo de café por la punta de la nariz le produce cosquillas. Muy oportunamente, mantiene la mirada de la joven. Considera que debe aprender y responde a su vez con una risa. Más estridente de lo necesario. Está claro que no ha hecho suficientes deberes para saber estar. La chica hace un gesto con el dorso de su mano pequeña sobre su nariz pequeña. Un mensaje, me envía un mensaje, se repite él. Y él, a punto de quedar desarmado, copia. Reproduce el movimiento tenue que le brindan desde la mesa de enfrente. Un alivio. Él siente que los ojos de la muchacha están en la vertical de los suyos. Y ahora, ¿qué?, piensa.

sábado, 13 de febrero de 2010

Carnaval (1)



Apenas surge un haz de luz tenue y sus ojos se hieren. Su caída transversal le obliga a mirar para otra parte. El habitante de lo oscuro se ha desprovisto de su máscara. Va hacia el espejo y acomoda su perfil, buscando ratificarse en su acostumbrado asentimiento. Sí, ese soy yo, debes demostrarlo, se dice en tono apagado, escéptico. Se estira la piel, atusa sus cejas, enarca la mirada vagamente perdida aún en uno de sus sueños insensatos de la noche. Se ha abrigado y se coloca un doble arco ciliar. A modo de sombrilla le protege de los destellos que provocan el juego entre dos luces. Pero él mira siempre hacia otro espacio, al único que considera propio. El que se convierte desde el contorno de su piel y de su apariencia en una concavidad oculta a otras miradas. Aquél que es demasiado profundo para que los demás sepan de su existencia. Aquél en el que ha vivido sumergido toda su vida, ajeno a los ruidos y los desaires de fuera. La intimidad abrupta que le ha inmunizado es sagrada. Es cierto que ha trasladado refinamientos a lo más hondo. Allí él piensa. Allí medita. Allí imagina. Allí desea. Cuando se pone la máscara de hombre se siente menos protegido, pero se adecua con facilidad. Ver el mundo desde la oscuridad permite aprender más de lo que los urbanitas creen. Lo primero, a aparentar. A conciliar sonrisas, mostrar gestos afanosos y ofertar actitudes amables. Se estira el pellejo de los pómulos, para que se manifiesten menos rígidos. No puede evitar la curvatura de su nariz, pero al distender sus labios logrará un efecto más aceptable. Es trabajoso este ejercicio de higiene de par de mañana, se dice. Ha untado sus mejillas con una sustancia que disimula sus bolsas, que las hace menos ojerizas. Salir de ti mismo conlleva un esfuerzo agotador, clama con desdén. Gira su cuerpo por partes ante un espejo de proporciones menores. Da unos pasos por la habitación para comprobar que no ha olvidado en las últimas horas la manera de andar. Incluso le sale bien un estilo de exhibición que camelará a las miradas curiosas. Cualquier día de estos prescindiré del ritual, piensa aburrido y laso.

viernes, 12 de febrero de 2010

La tierra prometida de Chantal Maillard


Me atraen los libros extraños. Aquellos que me deparan algo inesperado. Hoy cae en mis manos un libro de calificación difícil. ¿Cómo encajar su contenido? Hay letras, ¿pero cómo se articulan? Hay palabras, ¿pero cómo se leen? Hay sonidos. Eso, sobre todo hay sonidos. ¿Y qué dicen los sonidos? Dicen...

Tal vez aún apenas sea posible nunca tal vez aún apenas sea posible nunca tal vez aún apenas sea posible nunca tal vez aún apenas sea posible nunca lobo tal vez aún apenas sea posible nunca tal vez aún apenas sea posible nunca tal vez aún apenas sea posible nunca tal vez aún apenas sea posible nunca musaraña tal vez aún apenas sea posible nunca tal vez aún apenas sea posible nunca tal vez aún apenas sea posible nunca tal vez aún apenas sea leopardo posible nunca tal vez aún apenas sea posible nunca tal vez aún apenas sea posible nunca tal vez aún apenas sea posible nunca tal vez aún apenas abeja posible nunca tal vez aún apenas sea posible nunca tal vez aún apenas sea posible nunca tal vez aún apenas sea posible nunca tal vez aún apenas lince sea posible

Entonces a las pocas líneas te das cuenta de que no lees. De que lo que se produce en ti y desde ti es un murmullo. De que caes en una introversión y recitas el texto cual salmodia. Te sale un tono de voz grave. Y a continuación mantienes el nivel bajo, que se mantiene en el mismo plano hasta que rompes su ritmo con cada nombre enunciado. El estribillo es la conducción. Y de pronto, los nombres de los animales son el énfasis. Ese sujeto al que se trata de trasladar la energía circulante en la repetición concentrada, se asoma en una encarnación que no sólo es recuerdo. Es también conciencia. Y ahí, a los hombres, con nuestras formas de producción y de vida excluyentes, nos toca.

El nombre de Chantal Maillard podría perderse, como el de los autores de todos los pasados, y sin embargo la plegaria tendría vida propia. Una rueda que, con la mención alterna a las especies de animales que van camino de su desaparición trata de constituirse en un conjuro, como indica la autora. Bajo el nombre de La tierra prometida, Chantal Maillard ha construido algo diferente dentro de su obra. Algo difícil de ubicar en el mundo de las letras. Yo veo verdadera poesía visual en este libro. Tal vez recogiendo un elemento clásico de la cultura hindú como son los mantras, reconvertidos en una especie de memorial de reivindicación desesperada ante la hecatombre de las especies. La cuestión de fondo es: al invocar los nombres de animales y al repetir el hilo del conjuro, por parte de millones de gargantas, ¿conseguiríamos parar el exterminio?

Porque son especies y son los individuos que pertenecen a ellas los que se extinguen. Especie es un término un tanto abstracto, genérico, conceptual. Algo que al citarse nos desprovee de cuerpos, de rostros, de vidas. Pero las especies los nutren individuos. Como bien dice Chantal Maillard, los nombres de las especies no son los nombres de los animales. Estamos hablando de especies, y las especies son conceptos, no individuos concretos. ¿Cuántos animales son los que mueren cuando una especie desaparece? ¿Cuántos espíritus vendrían a poblar el poema si, como es costumbre en nuestros memoriales humanos, nombrásemos a todos y cada uno de los animales que agonizan?


Los personales dibujos en blanco y negro de Joan Cruspinera y el rompedor diseño de paginación de Josep Bagà, que no justifica ninguno de los márgenes, hacen de este libro publicado por la editorial Milrazones una hermosura bibliográfica. Y el texto es un texto abierto. Que cada cual añada el nombre de una especie abocada al fin. ¿Y acaso por qué no la del depredador más inteligente? Al fin y al cabo, los individuos de esta especie también mueren.

jueves, 11 de febrero de 2010

Garzón no es Gregorio Samsa

¿Cabalga de nuevo la España Negra? Las partículas desprendidas del negro pasado de nuestra historia no han dejado de salpicar en todos estos escasos años de democracia política que llevamos. Desde sectores de la impoderable y pertinaz iglesia católica, de entidades minoritarias de nuevo cuño que pretenden hablar en nombre de víctimas del terrorismo también negro y de determinados medios autodenominados de comunicación se ha tratado siempre de enfangar la vida política ordinaria y encizañar la relación de convivencia de la sociedad. Hay clanes, sectas, agrupaciones más o menos encubiertas, agazapadas en sus sombras de pensamiento, porque la luz es demasiado magnánima y hermosa para los que se esconden en ellas. Lo triste es ver cuando un partido mayoritario que se supone que debe ser adalid de una oposición se presta a converger con ese tipo de entidades, como lo ha hecho en diversas ocasiones.

¿O es que hay más gente de la que pensamos que no ha creído nunca en la democracia? ¿Qué prefiere la delegación de su personalidad de ciudadano sin exigencia alguna? ¿Qué le da igual ser un número o un súbdito? ¿Acaso hay más gente de la que parecía sin ganas de adquirir cultura cívica y sentido político? ¿Que no está por respetar las reglas del juego y modificarlas a bien? Preguntas de esta laya le surgen a uno cuando ve cómo uno de los jueces más comprometidos en perseguir judicialmente las infracciones a los derechos humanos está a punto de ser procesado por el Tribunal Supremo de una manera técnica incluso contra natura. Detrás, unas negras agrupaciones ultraderechistas que a su vez pueden estar siendo utilizadas por más interesados, se querellan contra él a propósito de sus intenciones de arremeter vía jurídica contra los crímenes del franquismo.

Y es que Baltasar Garzón es molesto para muchos. Y muchos desean cargárselo desde hace tiempo. Uno pensaba que estaría en el punto de mira de un atentado por parte de narcos, terroristas, ultras, mafiosos...Pero que el palo viniera desde dentro parece increíble. Y probablemente hay más. Hay más dentro del gremio de la judicatura, lo cual resulta ya abominable. Se habla de celos, envidias, relaciones de convivencia enfrentadas, criterios que chocan, gremialismos estrechos, maneras no compartidas sobre proceder en el enfoque de los temas jurídicos...Tal vez ésa es, desgraciadamente la esencia de la España Negra. La caracterización humana, las negras pasiones desatadas, los pecados capitales llevados a ultranza.
El prestigio jurídico internacional de Garzón, independientemente de que sean o no ciertos sus estilos personales que en su ámbito se critican (eso del juez estrella con que siempre se le calificó ¿no da la impresión de responder a envidias?) está fuera de toda duda. No se le ataca de frente, sino desde la oscuridad donde los hijos de la misma siempre se mueven ladinamente. Y la sibilina persecución viene de lejos. Pero Garzón no es el Gregorio Samsa que de la noche a la mañana va a aparecer como un insecto metamorfoseado. Ni creo que la sociedad española quiera entrar en una metamorfosis regresiva. Jueces como Garzón, y aunque no tan empeñados cuantitativamente como él, hay más en España. Pero nunca serán suficientes.

En defensa de la tropelía que se quiere cometer con él adjunto el Manifiesto por la Justicia de Garzón que circula apoyándole.


El juez Baltasar Garzón ha ejercido una justicia de forma continuada y valiente durante veinte años en la Audiencia Nacional, comprometida con la defensa de los derechos humanos en España y en el mundo contra dictadores, terroristas, corruptos y enemigos de la democracia.
El juez Baltasar Garzón ha sido uno de los principales promotores del desarrollo en España del principio de Justicia Universal.

El juez Baltasar Garzón es víctima de una campaña promovida por sectores de extrema derecha, Falange Española y Manos Limpias, con una sorprendente connivencia de algunos sectores progresistas.

El proceso contra el juez Baltasar Garzón es en realidad un juicio sumario contra los defensores de la Democracia, la Justicia y los Derechos Humanos y a favor de la impunidad de crímenes muy graves de carácter internacional.

El juez Baltasar Garzón está siendo juzgado por una sala del Tribunal Supremo en la que la mayoría de sus miembros juraron lealtad al Movimiento Nacional del franquismo.

Una sentencia adversa al juez Baltasar Garzón, tras agotar las instancias judiciales españolas, acabaría probablemente con una superior sentencia condenatoria del Tribunal Europeo de Derechos Humanos contra el Estado español.

El juez Baltasar Garzón representa el modelo de justicia basado en la defensa de los Derechos Humanos conforme con su Derecho Internacional que millones de ciudadanos y víctimas reclaman en todo el mundo.

Ya en 2008 el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas recomendó al Estado español la derogación de la preconstitucional Ley de Amnistía de 1977.

Este caso vuelve a demostrar la necesidad de la Justicia Internacional. Incluso España, el país que intentó procesar al dictador Pinochet, es incapaz de juzgar su propia dictadura. Y quien lo intenta, es juzgado por ello.

(Fotografías de Misha Gordin)

miércoles, 10 de febrero de 2010

El origen del mundo


No, el origen del mundo no está en la pintura de Gustave Courbet. Por mucho que tiente. El origen del mundo está en la materia que se oculta tras el musgo. E incluso más allá, en la materia más íntima que el exterior de la materia no nos muestra. De la pintura de Courbet, mal que les pese a los amantes de la pintura realista, se podría decir que el coño representado no es un coño. Ya sé que últimamente me gusta más que nunca la deconstrucción de Magritte (ceci n’est pas une pipe) aplicada a casi todo. Me sirve para relativizar, desacralizar y hacer caer del burro a las grandes exaltaciones en el arte. Y por extensión, en la fotografía. Y por generalización a los hechos de los hombres, sobre todo cuando para expresarlos los recargan de palabras vanas, de imágenes que ocultan la realidad y de artificios que los desvirtúan. En ese sentido, prefiero la claridad nebulosa del artista Christo que, al ocultar los monumentos o los paisajes lo deja clarísimo. No es lo que no se ve, parece decir. Mas me temo que se trata de otros de los trucos del arte y sus secuelas. Entonces, se dirá, también es aplicable al pubis angelical que expreso aquí. No digo que no, si no fuera porque el triángulo pélvico me lo he encontrado en un banco de parque histórico. Caprichos de la naturaleza oferente. Nada nuevo. Los humanos han representado los símbolos genitales desde el principio de los tiempos en paredes de cuevas, aprovechando oquedades y salientes. O bien generando esculturas de falos. Los exégetas del arte paleolítico los han concedido propiedades simbólicas. Exaltación de la fertilidad, de la capacidad reproductiva. ¿Por qué no de la fuerza alentadora del sexo en sí mismo? Culturas de la India han reproducido hasta el infinito el lingam y el yoni, que podrían no serlo según Magritte, pero que como si lo fueran. Y es que el poder de abstracción humano para convertir en símbolo sus percepciones no han tenido límites. No, el fotógrafo no suele ir descubriendo pubis entre las piedras. Pero ¿alguien puede negar la generosidad de la materia para prestarnos su apoyo en nuestra capacidad de tocar la sustancia diversa de la que estamos hechos? Me refiero, claro está, a la imaginación.

martes, 9 de febrero de 2010

Cartier-Bresson: le mènage a trois



Mènage a trois. Pero podría tratarse también de un cuadro de Escher. ¿Dónde comienza y dónde acaba el retrato? ¿Quién sube, quién baja, quién va más allá del plano escalonado? El parecido es una trampa. Hay tres rostros diferentes. Tres personalidades, tres miradas, tres pretensiones. Incluso podría haber más. El fotógrafo que dibuja se mira en el espejo. El espejo reproduce otro hombre. El espejo le da la pista al hombre que está de espaldas pergeñando el dibujo. Y ambos se miran, sin que el dibujo dé muestras de darse por aludido. El dibujo pretende ser el resultado del guiño del hombre que hay de espaldas y del hombre que mira desde el espejo al hombre que se encuentra ignorándonos a nosotros, los espectadores. El espejo dibuja a través de las manos del artista en un papel que al moverse dota de muecas al retrato. Por lo tanto, el dibujo, a su vez, traiciona al espejo y trata de seducir al hombre del espejo, pero también al hombre de espaldas, al que observa más escéptico y más viejo. Y el hombre que parece el real, sólo porque nos creemos que es el verdadero, porque su objeto cuerpo nos da la impresión que es más vívido que el objeto espejo o que el objeto autorretrato, contempla alternativamente al dibujo al espejo al dibujo al espejo, sin decidirse. Y el hombre se mira de nuevo en el espejo, donde éste le devuelve otros gestos, por lo tanto otra cara. ¿Qué imagen es más auténtica de las tres? Las tres están incorporadas en un triángulo equilátero. Ninguna es el hombre. O todas son el hombre. Y el espejo gira en el sentido de los lados del triángulo, y el dibujo se intercambia con el hombre de espaldas, y el hombre al que no llegamos a ver jamás la cara, sino solamente imaginarla por medio de un espejo o de un autorretrato, devuelve al espejo un nuevo rostro. Porque nada ha permanecido y en cada momento de tránsito, ni el espejo, ni el retrato ni el hombre de cuyo rostro no sabemos sino confiando en otros objetos que se distancian de él, nada es ya lo mismo.


(Fotografía de Martine Franck, sobre Cartier-Bresson)


lunes, 8 de febrero de 2010

Metamuro


El poder de las imágenes. Su significado. El objeto es y habla. Su sentido. No hay necesidad de palabras ante lo que es y no es. Ciertos objetos, acaso todos, tienen un simbolismo. Algunos, ciertamente, lo tienen en mayor medida. Una cuchara, por ejemplo, ¿tiene menos entidad simbólica que el escudo constitucional? Yo no negaría nunca ni el valor moral ni la necesidad de uso ni el carisma de una cuchara. Y estamos en lo de siempre. Los objetos reflejan al hombre. Y el hombre emblematiza los objetos que tanto le dicen. Que los eleve más o menos está en función del sistema de reproducción de imágenes que necesita airear para mantener un status, una situación, un territorio, una ideología o una fe. El hombre abstrae entonces los objetos para su mundo de ilusiones, al cual sacraliza. Pero lo sagrado es el objeto. Su sustancia, su conformación, sus propiedades. Y sin embargo, las palabras se erigen paralelamente a los objetos. ¿Para ratificarlos? ¿O para sustituirlos? ¿O incluso para alterarlos? El objeto es algo obvio en sí mismo. Si es una cuchara es una cuchara. Si es un muro es un muro. Pero llegan las palabras y pueden alterarlos. Dotarlos de otra personalidad. Aunque no sea la real. También lo hace la pintura. No es baladí el famoso cuadro de Magritte de la pipa que no es una pipa. Las palabras pueden matizar el objeto. Pero al hacerlo, ¿no lo desvirtúan de alguna manera? La mirada del objeto habla. Todos los que habéis intervenido con vuestros comentarios sobre esos dos tipos de muros y sobre un tipo frente a algo parecido a un muro, habéis dado todos los significados posibles. Todos tenéis razón. Todos complementáis una visión. Todos interpretáis el objeto en su uso y en su significado. Es el misterio de las palabras. Hace del objeto algo metafísico. Algo que va más allá de su materia. Y no obstante, cuánto nos importa la materia. Y entonces, qué combates interiores tenemos entre la materia y las palabras con que enfatizamos argumentos que tratan de desarrollarla. Pero la materia sólo crece en sí misma. No crece por las palabras. Somos nosotros, entonces, quienes sí que necesitamos las palabras para crecer. Nosotros, que somos materia, queremos elevarnos más allá. Y hemos inventado un ingenioso elemento, mitad falaz mitad sumamente representativo, al que denominamos metáfora. Convertimos los objetos en metáfora. Con ello pretendemos extender el poder del objeto. Éste deja de ser tal por un instante en su inmediatez de uso para transcenderse en una proyección de imagen sobre nuestra ética, nuestra conducta, nuestra aspiración, nuestro sistema de ideas. Y un muro es un paso cerrado, o una crisis, o un límite al otro, o nuestro conocimiento limitado, o un sistema opresivo, o la opacidad del mundo audiovisual...El objeto, la palabra, la metáfora...el inconsciente secreto de cada uno. ¿Por qué puse estos muros sin comentario? Os merecéis un intento de respuesta. Por una parte, de pronto un día me levanté y sentí que un muro se alzaba ante mi. Un muro que me privaba, no tanto de visión como de expresión. Ni era la primera vez ni será probablemente la última. No sentía la angustia de algo insuperable, pero de momento me sentía bloqueado y por lo tanto paralizado. Desde un territorio que me significaba mucho dentro de mi se me cuestionaban las palabras. Y temí. De pronto, no me atreví a usarlas. Y el muro estaba ahí. Pongamos la fotografía de un muro, me dije, ¿para que un post más con palabras? A partir de ahora, imágenes. Pero, por otra parte, la explicación del muro podría ser más simple. En la extraordinaria película de Luis Buñuel titulada El ángel exterminador, hay una escena en la que un oso deambula sin razón aparente entre los hastiados y agotados miembros de la burguesía mejicana que no pueden salir de la habitación por causa de un maleficio surrealista. Los críticos y periodistas buscaban una explicación subliminal, marxista y freudiana de los labios de Buñuel. ¿Por qué sacó aquel oso? ¿Significaba esto o lo otro?, le preguntaron. A lo que el genial Luis les respondió: es que me apetecía que apareciera un oso. Me apetecía a mi también el muro, sí. Pero es que lo llevaba dentro. Y acaso Buñuel llevaba su oso, y en su tenacidad o contumacia baturra se lo calló.

martes, 2 de febrero de 2010

Materia



Llevas sobre tu espalda
mi piel como un estigma.

Mi piel
desprendida de la sustancia
del deseo.

Mi esencia
vertida sobre la materia
que tú fundas.

Materia
que moltura la rueda lenta
y firme de los días.

lunes, 1 de febrero de 2010

Apaciguamiento


No hay sombra
que pueda tornar opaca
tu presencia.

No hay luz
que pueda desvirtuar
el brillo de tu mirada.

No hay desnudez
que pueda desplazar
la elegancia de tu perfil.

Apacigua la espera.

Da de beber al viajero
que no cambia su rumbo.