"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 10 de agosto de 2010

Los viejos vettones nunca mueren


Los vettones, señores de los ganados, debieron estar allí. Antes llegaron de la sierra próxima, donde su sentido del oppidum predominaba en su concepto de ciudad. Y tal vez no concebían todavía lo urbano como algo más relajado y seguro. No sé si en su trasiego del bajar de Ulaca, buscar el Valle Amblés y volver a subir hasta aquí su idea de ciudad había cambiado mucho. Seguían estando, no obstante, a uno de los niveles más altos donde jamás se haya instalado una urbe importante en la península. Pero ellos jamás conocieron una placa donde lo dijera ni probablemente ningún geógrafo del imperio romano se lo hiciera saber. Seguían yendo de fortaleza en fortaleza ellos, los señores del ganado. Antes de que los invasores les integraran.

Creo que fue Le Corbusier quien dijo aquello de oh, la cittá alta, asolutamente sublime, refiriéndose a Bérgamo. ¿Conocía la nueva ciudad de los vettones, posteriormente romanizada? Probablemente. ¿Le inspiraría un piropo análogo? Tal vez se lo reprimió. Un arquitecto es un hombre que mira, ante todo. Y luego admira, según. Pero la nueva ciudad de los vettones fue ruda siempre. Quien contemple tantos muros de piedra en forma de murallas, ábsides de catedral e iglesias y paredes de convento puede no ver sino contrarreformas tridentinas y estancias detenidas en el tiempo. Pero en la historia de esta ciudad antigua y honda no vale simplemente el totum revolotum. Cada tiempo tiene su huella en la ciudad. Y las huellas se pierden unas sobre otras.

En mi paso rápido, ungido de reencuentros, he palpado la fortaleza que hay bajo sus pies. He sentido ese suelo granítico, inquietantemente rocoso, que remite a los tiempos anteriores a las civilizaciones. He reafirmado mi visión de esa ciudad que es sublime porque se eleva sobre sí misma. Donde la normalidad de las calles es que sean cuestas y el llano es algo azaroso y excepcional. El recuerdo de todos los edificios históricos no me interesaba. Los disfruté a mi aire en mi juventud y hoy busco otro lenguaje. La memoria de los personajes con los que hoy se fabrica turismo como anteriormente se conjugaba nacionalismo tosco y mucho antes tautología religiosa doctrinaria no me lleva al huerto. Tal vez salve un eco perdido de palabras que nunca las concebí como palabras exclusivas (aquellas que hablan de Moradas, aquel Cántico con sonidos salomónicos) La ciudad sublime se ve pero no se ve. Es invisible en su constitución física pero adquiere forma sensorial. Puedes andar por la calle y percibir una suerte de advenimiento de cuando la ciudad casi no era ciudad. La ciudad sublime está en una remisión al principio. Volveré cuando sea invierno y se muestre más sublime todavía.



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