"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





sábado, 31 de enero de 2009

La mesilla


Uno procede de las aguas profundas
Otro fluye como si no tuviera destino
Otro hace destino de su curso
Otro más se dirige camino de la desembocadura
El último está aquí, siempre está aquí.
Ahí.

Sortilegio


Deja que al respirar
entre toda la lluvia que hay en mi.



(Martín Stranka, foto)


jueves, 29 de enero de 2009

El iniciado


En sus noches de invierno escribía sin pausa; no lo hacía premeditadamente, ni tampoco cedía a las urgencias, sino que corría una silla, se acoplaba en ella, se ponía delante de su escritorio y tomaba una actitud; para él era importante situarse, era como llegar a un paisaje y ubicar su cuerpo en él, antes que profundizar con su mirada en la perspectiva; necesitaba comprobar el medio antes de hacerse una idea de lo que le esperaba; si no se llega no se sabe qué debe mirar uno, se decía; y él, consecuentemente, se sentaba con parsimonia, encendía la luz del flexo, tocaba la pluma, el tintero, se aseguraba de que tenía al alcance el papel secante, echaba mano de unas cuartillas, acercaba su diccionario favorito; luego colocaba todos los objetos regularmente, en disposición; escribir era para él ante todo una disposición; había mucho de parafernalia, de despliegue de recursos técnicos, de demostración pública a un entorno opaco, mudo y aquiescente, el de las sombras; y había otro tanto de ritual, del que sólo el iniciado sabe su fuerza y su significado profundo, y sin el cual le parecía que no podría desempeñar su función principal, escribir; recordaba aquel viejo dicho de que lo mejor de un viaje era su preparación; él también se preparaba para un viaje imaginativo, para avanzar por caminos inciertos, para afianzar los cimientos de un argumento de cuya potencia no dudaba; por eso estaba convencido de que su intención se movía ante todo a través del acicate de organizar cada paso en su escritorio, aislado del ruido y de otras personas; no le desanimaba el hecho de que más tarde se quedara en blanco y no acertara a escribir dos líneas conexas; el paso de las horas huecas no le perturbaba, sino que, más bien, justificaba que iba por buen camino; ¿qué mejor prueba de su hacer podía tener un escritor como él entregado a la causa sino ver que avanzaba la noche, desafiaba su cansancio y sacrificaba su cuerpo lastimoso, a riesgo de su salud ya bastante precaria?; ¿qué mejor refrendo podía arroparle sino sumergirse en silencios, sortear ideas de todo calibre, devanear con sugerencias locas y procurarse el estímulo de personajes imprecisos cuando no nonatos?; la forma era la base del rigor; el orden de la habitación se constituía en el ámbito que iba a garantizar su labor seminal; cuando comenzó a deslizar las primeras letras le embargó un nerviosismo particularmente íntimo; insistió en configurar algunas frases, sin tener claro sobre qué pensaba escribir; confiaba en su impulso, en el vuelo de un ángel nocturno cuya larga mano tocaría con bondad las capas ocultas de su cerebro; su gesto reconcentrado, ausente, era el mejor síntoma del inmediato éxito de su esfuerzo; tachó algunas líneas que le parecieron poco expresivas; cada nuevo intento fallido, lejos de ahuyentar su proposición tenaz, le agitaba y reiniciaba la tarea; rompió alguna cuartilla porque el propio borrador le resultaba poco estético; una cosa es un borrador digno y otra un pliego infame lleno de manchas de tinta, sentenció; el ordenamiento de las frases le inquietaba con obsesión compulsiva; no era una mera cuestión de sintaxis, que siempre podría pulirse al final; se trataba de que cada frase le llevaba a otra, pero ésta le creaba la duda de si debería haber ido anteriormente, porque en cada frase había movimientos que no lograba controlar; no tendría escrito un breve párrafo cuando el peso de las horas quebró su conciencia; el hombre pegó algunos cabezazos avanzada ya la noche; en la madrugada se desplomó definitivamente sobre la mesa, sin advertir que había derramado de un manotazo el tintero; la sangre oscura le mojaba las mangas de la camisa, se le colaba por los brazos, untaba su barbilla, bañaba sus labios y su lengua; en lo más profundo de sus sueños, el escritor configuró un bello relato que le proporcionó una satisfacción epicúrea; su autocomplacencia transfiguró su rostro; los abundantes testigos que le rodeaban en ese espacio onírico aplaudieron con entusiasmo su narración; cuando despertó, ya de mañana, incitado por los primeros rayos del sol, el iniciado sintió que tenía el texto perfecto; pero al echar mano del plumín y tratar de mojarlo en el tintero comprobó que éste se hallaba vacío; incluso en esa situación extrema, el escritor en ciernes, auspiciado por el mejor espíritu del anciano Job, consideró que su misión había llegado a buen puerto; él sabía, o al menos trataba de convencerse de ello, que lo más importante era que había escrito para sí mismo; y que la frustración hubiera residido realmente en no haberlo intentado; se levantó, estiró sus miembros, bostezó ruidosamente, comprobó el desastre sobre su vestimenta; luego se quedó abstraído; lo volvería a intentar la noche siguiente.


(De Jorge Molder es la fotografía)

martes, 27 de enero de 2009

Soul


Dices alma
Y una sombra te cubre.
Dices lluvia
Y se rompen tus miembros.
Dices sangre
Y por dentro te hierves.
Dices voz
Y te vuelves palabra.
Dices ausencia
Y te huyen los ojos.
Dices hijo
Y se crecen tus senos.
Dices temblor
Y sobrevuelas la tierra.
Dices furia
Y rescatas su cuerpo.
Dices clamor
Y el silencio te toma.
Dices vacío
Y una mano te palpa.
Dices ven
Y te pones en marcha.


(Fotografía del checo Frantisek Drtikol)

lunes, 26 de enero de 2009

Noches blancas


Hay noches
en que de pronto parece
que dejaran de ser noches.

Una oleada fría que se torna
en cálida caricia.
Una señal del viento
sin haber una brizna que se mueva.
Una lejana luz
que se abre y se cierra
y nadie la captura.
Un nombre, una palabra
elevándose lenta y tenaz,
pero incisiva,
desde el oído más hondo.
Un resplandor que flota en la retina
hasta deslumbrar
por un instante que parece siempre.
Un silencio de templo
donde ungirse en los obscuros secretos
de la vida.
Un deseo que salta incontenible
y violento
desde la negrura de los días callados.
Una página de letras que se borra
y se escribe mil veces
con palabras nuevas.
Una sonrisa rescatada
al reino de los gestos mudos.

Hay noches que sorprenden:
no son sueños ni horas.
Acaso es el instinto,
lo anterior, lo que nos hace,
nos rasga y nos acerca.
Hay noches como flujos.
Como voces que calman.


(Fotografía de Martín Stranka)

sábado, 24 de enero de 2009

No es


Y entonces ya no es la duda siquiera; ni es la sospecha; ni la intuición; ni la certidumbre; el espíritu del silencio pace sobre su alma; se extravían las melodías; se ahogan las voces; se espantan los ecos; se imponen las sombras; se ausentan los aromas; dejan de manar los flujos que podrían calmar su sed; nada suena; nada se emite; nada se pronuncia; no hay resquicio de luz; no se filtra bajo la puerta el halo de lámpara alguna; no se cuela ni un minúsculo rayo del sol tras la persiana; nada vibra; dónde se fugaron las voces cadenciosas y suaves; dónde andan las revelaciones del deseo entregado; dónde se diluyeron las citas prometidas; dónde quebró el puente tendido; nada se desliza; nada conmueve su espacio profundo; nada puede debilitarle más; no hay propuesta que le nutra; quiebran las resoluciones; se deshacen las esperas; se ignoran las lecturas; se vacían las letras antiguas; se descreen los recuerdos; se pulveriza la memoria; se retorna al origen ignoto; todo es orfandad; todo desidia; todo frialdad al raso de la noche; todo se desentiende; todo es privación; tan sólo abre el último libro y halla aquel poema de Idea que le expresa todo, que le dice todo, que le quita todo:


No sé quién soy.
Mi nombre
ya no me dice nada.
No sé qué estoy haciendo.
Nada tiene que ver ya más
con nada.
Tampoco yo
tengo que ver con nada.
Digo yo
por decirlo de algún modo.

(Idea Vilariño, 8 de abril de 1962)


(Fotografía de Martín Stranka)

jueves, 22 de enero de 2009

Idea Vilariño: Decir no


Leer a la uruguaya Idea Vilariño, catar su cortante poesía, sentir que te reflejas en su mirada, dejarse interpretar por sus palabras, sumergirte en las aguas donde ella sabe que naufragas...


Decir no
decir no
atarme al mástil
pero
deseando que el viento lo voltee
que la sirena suba y con los dientes
corte las cuerdas y me arrastre al fondo
diciendo no no no
pero siguiéndola.



(De su poemario NO, recogido en Poesía completa, editada por Lumen)

miércoles, 21 de enero de 2009

Disímil



Di que dudas. Di que no te reconoces. Di que no eres el mismo, que hay un ángulo que se ha movido. Atrévete a insultar el menor parecido del espejo. Apártalo. Desplaza la imagen. La inclinación no es una advertencia. Tantea cualquier objeto que oscile al mover tus ojos. Resiste a la apariencia. Juega con leves cambios que no cambian nada definitivamente. O puede que sí, que sea el principio de ver las cosas de otra manera. O de dejarlas de ver, de aspirar la vida de otra forma. Tras otros objetivos donde tu yo tal vez no se sienta más gratificado, pero sí más apacible. Podrías multiplicar tu rostro como si se tratara de un fetiche. Hay tantos vidrios y de tan diversos colores donde reflejarnos. Pero cuanto más te giras más desfigurado te ves. Podrías alterar su posición y buscar los destellos del sol, en vez de dejarte seducir por las tinieblas. Mas acaso te venza el deslumbramiento de aquello que existe fuera de ti y no rozas. Y que temes. Te puede entonces una lasitud desconcertante, costosa de superar. Si admites que las visiones sucesivas son en realidad anteriores, no envejecerás. A mi no me engañas. Tu gesto adusto no te hace mayor que ayer. Tu mueca severa echa un pulso con el infortunio circunstancial. O acaso hay algo más que intuyes, que ves venir. Una línea más oscura, un horizonte más perturbado, la irreparable pérdida, la vuelta atrás inviable. Sólo la mirada alejada, no ausente, te traiciona. Sólo los músculos huérfanos de sonrisa te denuncian. Te atrae y te repele tu atractivo demacrado. Lo sufres. Esto pasó tras el último canto de sirenas. La próxima vez, si la hay, átate fuerte al palo mayor. O al menos elige que las sirenas te sumerjan en el fondo del océano con ellas. Entrarás en su mundo y tendrás alguna opción. Ahora no. Ahora quedas náufrago. Peor, varado, y hundes los pies en el lodo que te paraliza. La inclemencia está en esa carencia de ámbito que no te da ilusión ni base ni sentido. Ni agua ni tierra ni vientos. Sigues mirando sin mirar. Observas en direcciones interiores tapadas por la maleza. Repasas aparentemente imperturbable todo el perímetro que es más un hálito que un aura. Qué decides. No tiene sentido que busques las siete diferencias. Te ves y no te ves igual que antes. Por más que establezcas semejanzas, tus dedos tocan solamente aproximaciones. Di que te da lo mismo. Di que te pierdes a través del agujero negro de tu retina. Di que tu saliva sabe amarga.


(Jorge Molder prestó la fotografía)

martes, 20 de enero de 2009

Alteridades


Miraba todo lo irreversible de su existencia como si se tratara de una mera percepción; al catarlo, le sabía amargo.

Se veía entre la sombra y la huella; al menos tenía la sombra y la huella.

Propuesta de incautos: sentir la vida cada día como una novedad, a pesar de que todo se repite, ineluctablemente. Pero ¿acaso hay otra propuesta menos necia si se quiere sobrevivir?

Qué podía decir él, que había abjurado de la palabra.

La aparente insignificancia de algunas palabras tales como sol, pan, yo, tú, ¡ay!. Si se midiera su valor por su menudencia silábica, qué gran equívoco. O peor: qué enorme perdida de nuestros sentidos.

La calidez de algunas palabras como sol, pan, yo, tú, ¡ay!. Palabras que no siempre brillan, palabras que se ocultan como islas entre la bruma y emergen también como vínculo. Palabras que se nos van. Palabras vaivén. Palabras que nos queman.

La imprecisión de algunas palabras como sol, pan, yo, tú, ¡ay!. No se sabe a veces dónde están, pero contamos con ellas. No se sabe siempre de su efecto, pero las nombramos. No sentimos siempre su sabor, pero abrimos la boca para degustarlas.

La cerveza coronaba de espuma sus pupilas. Al mirarse en el espejo no lograba descifrar la intensidad de su oleaje. Su vista se extraviaba sin retorno. Calma chica.

Una vez abrió el puño y se vio reflejado entre los cinco dedos. La frialdad del cristal se apoderó de su palma y contempló en ella su imagen como una secuencia fugaz pero ordenada que venía de lejos. Era un espejo con memoria, pero sin futuro.

Saborear las palabras antes de que nos quiten el plato.

Al desnudarse, ordinariamente ya no se miraba. Una noche se dio cuenta de que le faltaba un brazo con su mano correspondiente. La luz de la mesilla le proporcionó la pista: andaba haciendo sombras chinescas en la pared.

Derivó en silencios. Andaba por la casa descalzo, evanescente. Cuando llamaban a la puerta, devolvía silencio. Cuando leía, evitaba pronunciar un vocablo. Cuando le emocionaba una escena del texto, reprimía una risa. Cuando se le movían las tripas porque no comía, se sujetaba el abdomen para no oírselas. Cuando llegaba la noche, evitaba dormir por si soñaba. Temía que los sueños le traicionaran y se pusiera a cabalgar como Don Quijote.

Mojar la imaginación en la salsa de las palabras. Para evitar la sequedad. Aunque hay salsas que caen ya tan mal...

Envidiaba a los otros la parquedad de sus expresiones. Con nada lo decían todo. O acaso no tenían mucho que decir.


(El dibujo es de Manuel Boix, como el colgado en el post de ayer)

lunes, 19 de enero de 2009

Una postal de Lilya Urievna


Aquella postal de Lili Brik estaba cargada de letras. Me costó descifrarla y atar cada frase que revoloteaba en todos los sentidos para aprovechar los espacios.

Vladimir querido. Tal vez te suenen extrañas mis palabras. El viaje en que me he embarcado junto a Osip nos mantiene alejados físicamente, pero paradójicamente me acerca con intensidad a ti. Cada paisaje que registro en mi mente, ya sea la anochecida en el cabo Sounion, el recorrido por el palacio misterioso de Cnossos, la visión del Etna efervescente y divino, o la combinación de tonos dorados y ocres de la costa africana, todo me entusiasma y me sobrecoge. Pero en lo más íntimo siento un desgarro. No puedo disfrutar de su visión cuanto desearía. Me falta algo, sin duda no poder compartir contigo tanta belleza. Tendrías que estar aquí, absorbiendo a mi lado toda la amplitud ilimitada que proporciona la naturaleza y que los hombres recrean robándoselo a los dioses. Es tan diferente este paisaje del de nuestros valles y de nuestra taiga, donde todo es oscilante y brumoso, aunque lo amemos tanto. Aquí todo resulta más estable, desde la luz temprana hasta el aroma de los pequeños pueblos de pescadores, desde el colorido de la tierra hasta los acantilados escarpados. Parece que la vegetación se hubiera sacrificado a la piedra; ésta se esparce por doquier y con frecuencia se consagra, justo en esos lugares que abundan y que han sido constituídos por el hombre y sus culturas: los santuarios, los templos, las ciudades, los caminos. Hoy son ruinas, pero ruinas que dicen tanto. Su abandono es latente y huérfano -tantos sucesos han acontecido a lo largo del tiempo, tanta obra se ha levantado y ha terminado extinguiéndose- pero nunca te parece triste. Es tal su majestuosidad, tal el afianzamiento que transmiten aunque se encuentren al borde de un abismo, tal la simbiosis que guardan con su propio suelo que parece que hubiese sido la propia tierra la que hubiera levantado estas arquitecturas. Y luego está su significado. A ti te encantaría conocer el sentido simbólico que late por todas partes, hijo de unas mitologías que es tanto como decir también producto del lenguaje y de la narración. Te impresionaría sobre manera el otro efecto, el de la luz reverberando sobre los fustes, sobre los tímpanos, sobre los basamentos que salpican el suelo. Puedes ver las mismas piedras y sin embargo te parecen distintas según a qué hora del día las veas. Qué importante es la relación de la luz con todo lo material. Qué importante es el vínculo de la palabra con lo que se quiere expresar. Elsa, Serguei, Víktor, Alexandre, Varvara Fedorovna y los demás amigos estarían gozosos de sentir lo que yo siento. Y tú, mi íntimo Vladimir, mi arraigado hombre de las palabras que desnudan a las palabras, cuánto te estimularía la contemplación de este mundo ajeno, bajo cuya superficie y más allá de su pasado también bulle enérgicamente la existencia humana.

Siempre tuya.

Lilya U.
Nota. Esta correspondencia inédita entre Lili Brik y Maiacovski, que va apareciendo entre los papeles de la vieja maleta que rescaté de la incuria del tiempo, va siendo recogida en los posts de fecha 8/02/07 (La carta, póstuma), 2/04/07 (La otra carta), 7/07/08 (Póstuma de Lili Brik) y 25/08/08 (Inédita de Vladimir)

domingo, 18 de enero de 2009

El horror en Gaza





















¿Ellos son Hamás? De los 1.200 y pico muertos palestinos causados por el genocidio israelí sobre Gaza de estos últimos días, unos 400 son niños. De momento. Ahora piensen: ¿También ellos son Hamás? ¿Es ésta la oportunidad que tienen? ¿No es Gaza un guetto? ¿Se puede tener tanto cinismo que se diga que los civiles palestinos son escudos humanos de Hamás?Uno no deja de sorprenderse de lo que son capaces los en otro tiempo perseguidos, y hoy devenidos en sionistas a sangre y fuego. Ah, y no me vengan con la frasecita de que los que opinamos así somos antisemitas. Siempre me avergonzaron y me horrorizaron todas las persecuciones de la Historia: ya fuera el Holocausto nazi contra los judíos, los progroms rusos anteriormente, las persecuciones de la Santa Inquisición en España y América o el genocidio turco en Armenia. Por citar casos tristemente célebres de la capacidad de terror humano. Por favor, no miren para otro lado. Esto no se puede permitir. Piensen. Actúen. Denuncien.

sábado, 17 de enero de 2009

Käthe Kollwitz


No, Käthe Kollwitz no dibujó ni trabajó la litografía y el grabado para que un aficionado al blog de casi un siglo después escriibiera florituras sobre una imagen suya. Käthe Kollwitz hacía representación de la vida que ella conocía. Donde Fackel ve la hermosura de la niña dormida, o donde simula sumergirse en el gesto placentero del sueño y envidiar ese estado casi irreal, Kollwitz probablemente reproducía otra cosa. Una niña famélica muerta de hambre o huérfana o acaso muerta del todo. Porque nunca dudó de la orientación de su trabajo. La vida de los trabajadores alemanes del último tercio del siglo XIX y principios del siglo veinte, que ella vivió de cerca, le impresionó profundamente, y de esa vida, de sus estrecheces, de sus miserias, de sus desgastes, de sus luchas y rebeldías, Kollwitz sacó el tema más vigoroso que pueda pensarse. Era como si se sintiera obligada a reflejar el estado de una clase y de una situación que con ayuda de su arte lograra trascender las propias desgracias.

“...La verdadera razón por la cual elegía para mis representaciones casi exclusivamente motivos de la vida obrera, fue que estos me daban simple e incondicionalmente aquello que yo consideraba bello. Bello era para mi el peón de Königsberg...Bellos, los movimientos generosos del pueblo. La gente burguesa no tenía atractivo alguno para mi. Toda la vida burguesa me parecía insípida. El proletariado, en cambio, tenía una gran pujanza.”



Esta potente artista nacida en 1867 en Königsberg (actual Kaliningrado) fue estimulada por sus padres en sus capacidades, a pesar de que en aquel tiempo no se admitía a las mujeres en las Academias. Su trabajo lo realiza principalmente en Berlín, cuando a los veinticuatro años se casa con el médico Karl Kowitz.

“...Cuando, especialmente por mi marido, conocí lo profundamente doloroso y trágico de la vida proletaria, cuando conocí a mujeres que venían pidiéndome ayuda, y de paso también a mi, me fue conmoviendo con toda intensidad. Me atormentaban e inquietaban problemas no solucionados como la prostitución y la desocupación, que contribuían a que perseverara en la representación del pueblo humilde; el hecho de representarlo continuamente de nuevo , significaba una válvula de escape y hacía que la vida fuera soportable.”



Su obra se lleva a cabo en tres etapas. Al principio hace aguafuertes, en la mejor tradición del estilo narrativo alemán. Posteriormente se siente atraída por la litografía, donde se centra en las figuras centrales y prescinde de elementos accesorios, pero de cuya técnica o mejor dicho, de cuyas realizaciones con esa técnica no acaba de sentirse a gusto. Por último penetra en el mundo del grabado en madera, un mundo magistral donde las figuras y sus contornos adquieren caracteres precisos y afilados, podría decirse que desgarradores. Y los temas, recurrentes, son verdaderas crónicas de las formas de vida de las clases desposeídas, con las que se siente moralmente obligada a entregar su obra.

“...Yo sentía que no debí sustraerme a la misión de ser defensora. Debo expresar el sufrimiento descomunal de los hombres que no tiene fin. Esta es mi misión, pero no es fácil. Dicen que el trabajo trae alivio. Pero, ¿cómo sentir alivio, si -a pesar de mis afiches- todos los días hay hombres que mueren de hambre en Viena?.”



¿Conocería Käthe Kollwitz la obra de Goya? No necesariamente, pero tampoco resulta sorprendente que de la misma manera que el pintor español reprodujo su serie Desastres de la guerra, la Kollwitz se centrara en otros episodios terribles de la historia, porque motivos sobrados, desgraciadamente, los hay, tanto en el pasado como en el presente (citemos: Gaza, Congo, Darfur en Sudán, etc.)



Y así, Käthe Kollwitz desarrolla sus series en aguafuertes y litografías sobre asuntos como la guerra de los campesinos alemanes de 1524/25, la huelga y rebelión de los tejedores de Silesia en 1844 y lo más directamente sufrido por ella, los devastadores efectos de la guerra mundial de 1914/18, en la cual llegó a perder un hijo. La representación formal y estética de los personajes que representa no poseen la belleza insípida, armoniosa o sobrenatural de las pinturas clásicas. Su obra es adusta, fuerte, amarga. La fortaleza o la penuria o el dolor o la fraternidad o el amor o el calor humano, en fin, están ahí, pero muy hundidos; hay que pararse en seco antes sus obras, pero una vez que lo haces lo percibes todo, te vinculan, te llevan a su mundo.


“...A veces mis padres me decían: Con todo, hay cosas agradables en la vida. ¿Por qué muestras tan sólo el lado oscuro? A esto, nada podía contestar. Sencillamente no me interesaba. Pero quiero insistir nuevamente en lo siguiente: al principio prácticamente no fueron ni la piedad, ni la compasión las que me movían a representar la vida proletaria; simplemente, ésta me parecía bella. Como dijo Zola o algún otro: le beau c’est le laid.”



Si esto parece poco, llega a ejecutar una serie sobre el tema de la Muerte (Tod) en la última época de su vida. “Me había propuesto llevar a cabo mi antiguo proyecto de hacer una serie de hojas gráficas acerca del tema de la muerte y luego terminar con todo, dejar ya mi obra....En definitiva, éste es mi testamento: No hay que moler las semillas. Igual que aquello de ¡Guerra Nunca Más!, esto no es un anhelo, sino una orden, una exigencia." Sencillamente admirable que una mujer de extracción burguesa dedicara su habilidad y su capacidad creativa a las clases obreras que, en aquella época, eran las más numerosas junto a las campesinas. Fue este tema y su manera directa y honda de representarlos lo que a través de sus carteles y afiches la llevaran a ser reconocida popularmente. Por otra parte, su estética y sus técnicas influyeron en otros artistas del expresionismo como George Grosz y Otto Dix, por ejemplo.






* Citas del libro Käthe Kollwitz, Ich will wirken in dieser Zeit. (Voy a actuar en este momento). Pertenecen a una selección de sus cartas y diarios.






viernes, 16 de enero de 2009

Reposo



¿No sientes esas manos? ¿Se ahueca tu piel entre esos dedos perfilados y rugosos? ¿No es tu cabeza la que se reclina en el regazo? ¿No es esa sensación vaporosa la que te hace eludir el mundo? ¿No te apetece cambiar al calor de un tacto que te acaricie calmadamente? ¿No te atrae un cierto abandono a una seguridad que te libre de las obligaciones? ¿Dónde se disuelve tu respirar? ¿Qué aroma inhalas que parece precipitarse desde una montaña? ¿No se te antoja cerrar los ojos a las inclemencias? ¿Serán esos sueños más volátiles que los que te apremian con su densidad? ¿No sientes en esa postura una suerte de apartamiento de lo que te desgarra? ¿No te incubas de nuevo en ese reposo? ¿Qué plenitud te está librando de tu corporeidad para permanecer en un espacio que ya no recuerdas? ¿Qué lengua de afecto habla cada dedo que gira sobre tus sienes, que moldea tus pómulos, que estira lentamente los mechones de tus cabellos? ¿Llegas a escuchar la cadencia suave de una canción que desciende sobre tu rostro? ¿Atraviesa tus oídos la delicada pronunciación repetida de tu nombre? ¿Te embriaga el acomodo de tu nuca sobre ese vientre protector? ¿Te percibes como la prolongación del cuerpo que te mece? ¿Desearías sentirte atrapado en la entrega? Y sin embargo tuviste tu momento.


(Dibujo de Käthe Kollwitz)

jueves, 15 de enero de 2009

Rosa, Karl, Berlín 1919



Tuvisteis tanta mala suerte...
La dialéctica del odio y del crimen ¿puede más que la del argumento?
Y los acontecimientos posteriores os darían la razón,
que no ya la vida.

(Expectantes: Noventa años no son mucho en el paisaje de la Historia)



(Grabado en madera de Käthe Kollwitz)

miércoles, 14 de enero de 2009

La copa



No la dejes caer.
Tal vez en su fondo queden
unas gotas; las más gustosas.
No la apartes.
Puede que en ella se vierta
nuevamente
un licor de esperanza.
No la arrojes con desdén.
El ruido del vidrio no podría aplacar
el eco de los aromas deleitosos
que se escanciaron por tus venas.
No la pierdas.
Catarás el elixir que te fue negado
cuando aún no estaba a punto
la añada.


(Fotografía de Jorge Molder)

martes, 13 de enero de 2009

Combate por la vida


Nada es uniforme, ni el invierno significa el vacío. Una serie de manifestaciones, tales por ejemplo como la caída de la hoja caduca, el frío, las nieves, los días cortos de luz, alteran el comportamiento social y los hombres se creen en las últimas. ¿Cómo tendría que ser entonces entre las tribus prehistóricas? Aquello sí que revestía características de dificultosa supervivencia -se supone que no pasaban de los veinte años de edad- desde mantener su hábitat hasta procurarse los alimentos arriesgadamente. Pero esto de ahora es un vacío más psicológico que real. Y hoy, los que poblamos estas sociedades complejas y cargadas de bienes y de actividad productiva, ahítas de consumo desmesurado y despilfarradoras de recursos, nos angustiamos en cuanto algo no funciona adecuadamente. Cierto que hay temas sumamente preocupantes durante este invierno europeo: una pugna mitad de mercado mitad política entre un país productor de gas natural y otro por el que éste pasa y se distribuye a gran parte del continente. Si ésa va a ser otra de las armas para imponer hegemonía y dominio de unas naciones sobre otras, aviados estamos. Pero, ¿y el resto de la naturaleza? ¿Acaso la naturaleza se extingue? ¿No es el invierno acaso el tempo donde se incuba realmente la regeneración? ¿No es en esta estación en la que tiene lugar ese proceso oculto de volver a hacerse las vidas para que dentro de nada florezcan abiertamente? El paseante mira el invierno y no se cree lo que acaba de ver. Un combate pacífico por la existencia. Mejor, una confraternización ejemplar. La nieve se mece en unas ramas en la que ondean unos frutos rojizos vivos, a cuyos pies el agua fluye incesante. ¿Dónde dejó de haber vida? ¿Por qué no sigue siendo la naturaleza ejemplo y camino para los hombres?

lunes, 12 de enero de 2009

Expectantes concéntricos


Expectantes ante los sucesos que darán paso a otros sucesos
los círculos de las gotas menudas o de las pequeñas piedras o de los insectos
o de los quehaceres humanos o de los errores humanos
se precipitarán inequívocos en su expansión,
siempre la misma proyección, siempre el mismo efecto,
siempre el mismo resultado,
todas las formas de vida se reflejan a sí mismas concéntricas y vinculantes,
y la disolución de unas es sustituida por otras que también se desharán
y esa geometría es la llamada del infinito
y esa dispersión convexa reproduce el infinito
en el agua en el magma en el espacio en las especies en los hombres.


(Captura fotográfica de Michal Hustaty)

domingo, 11 de enero de 2009

Inhalación


Aspiras su aroma; mientras lo haces tus ojos permanecen fijos en un punto inabarcable; un vértice que está y no está a tu alcance; no observas cualquier objeto; no consideras cualquier cuerpo; vives la fragancia como un fin en sí mismo; o acaso no, sólo se trate de la vía para llegar a otros ojos; sólo el procedimiento para percibir otra esencia; sólo la red que extiendes sobre un paisaje que deseas cubrir; o acaso el recurso para que lo ajeno quede atrapado en la casa de tu deseo más inaccesible; hueles y piensas; hueles y preguntas; hueles y te paralizas; tus facciones sugieren rigidez pero están más vivas que nunca; simulan inacción, mas están cargadas de recorrido; un ojo solicita, el otro exige; no son iguales; pero tus cejas se enarcan como si ya hubieras salido de ti hace tiempo; como si el viaje hacia lo profundo no tuviera retorno; ni siquiera prestas atención a las gotas de sangre diminutas que las espinas del tallo han inferido en tus dedos; son las circunstancias, merecía la pena el riesgo; eso te parece; la flor, en cambio, es el acontecimiento; eso crees; no te importa sentir la pequeña herida; te angustia, por el contrario, la privación; oler y no percibir; oler y no estremecerte; oler y no envolverte en los pétalos que deberían abrirse a tu sentido íntimo; oler y no ser tomado por la propia sustancia; oler y no sentir que estás inmerso en la rosa; contemplas la elección; la has tomado como la única; al elegirla corriste el riesgo del acierto, incluso el que supone avanzar por tu propia senda; ¿será la más perfumada?, te preguntas; no te interesa la respuesta, fue tu decisión; pero no es tu olfato el que te provoca los latidos que ocultas hábilmente; es tu mente la que vuela; son tus sueños los que parten; es tu grito el que reprimes; te ausentas;

(El japonés Eikoh Hosoe es el autor de la fotografía)

sábado, 10 de enero de 2009

Autorretrato invernal




En ocasiones los parques nevados deparan sorpresas.
Y los copos escriben nombres.
(¿Se tratará de aquella sensible artista de la fotografía que se fue y no vino?)

jueves, 8 de enero de 2009

Expectante mascarada


Expectantes ante el vendaval que llegará,
las palabras sonarán vacías y los gritos llegarán sordos,
las manos parecerán garras y las miradas dardos,
la piel hederá y el tacto quemará las entrañas,
una sonrisa será un bien escaso por el que se peleará,
y las risas enloquecidas ocultarán el llanto vergonzante,
la bondad se rasgará víctima de su fragilidad
y el amor, ay el amor, quedará como un apunte, casi olvidado,
y ojalá se sepan trazar nuevas líneas en el cuaderno de aprendizaje
como si se empezara de nuevo
la tarea.


(Pintura del italiano William Vecchietti)

miércoles, 7 de enero de 2009

Ese navío



Tal vez se ve a sí mismo solitario, varado ya sobre aguas de escaso calado, mostrando emergente su casco roído, sugiriendo un principio de inclinación sospechoso, desgastado por el azote de la sal y de los vientos, en ese territorio inseguro para su avance, donde la proximidad de la arena muestra el riesgo del encallamiento definitivo, siendo que el acoso de las nubes no presagian que el temporal se pacifique, bajo cuya quilla la inmensa base líquida que aún lo mantiene a flote bulle en picado conmoviendo su estructura, sabiendo que la juguetona luz umbrosa abre una apuesta arriesgada sobre él, advirtiendo que la supervivencia reside en la deriva que lo eleva o lo hace sucumbir, pendiendo su destino de una visión y de una actitud y de una medida renovadora, ese momento en que se enfrentan sobre su piel de acero los colores más intensos que haya dado el pulso entre los elementos y los hombres, a través de esa escena en que queda paralizado todo salvo los recuerdos de sus navegaciones, se ve arrogante y terco como una nave a la que le deberían quedar aún muchos oleajes por surcar, cuyo pabellón desafía la oscilación de los aires que arremeten contra sus mástiles, disimulando sus síntomas evidentes de deterioro acaso sin retorno, irguiendo altaneramente por sus costados los perfiles de su capacidad generosa y de su hondura reconocida donde caben todas las mercaderías de los sueños, precisamente él que cuenta en su haber con un recorrido amplio donde el movimiento perpetuo e imparable de las aguas lo ha mantenido en su dirección, le ha fortalecido en su sentido, ora sometido a tempestades, ora a mareas calmas, ora a través de rutas no elegidas, ora a acosamientos imprevistos pero también a a factores benévolos, tratando de no perder el rumbo en los momentos más oscuros, solicitando la complicidad de fuerzas eólicas que compensaran la acometida de las profundidades enfurecidas, agradeciendo los olvidados amaneceres reposados, ungidos por el aliento del sol, donde hallara el equilibrio ansiado...


(Fotografía del griego Stelios Tsagris)

domingo, 4 de enero de 2009

Más invierno


Más invierno. Los árboles de hoja caduca agonizan en su silencio. Callan, hacen de la inmanencia un poder escurridizo, una señal introvertida donde lo que importa es resistir. A su lado, los de hoja perenne amagan una estación que no existe. Están creyendo que habitan otros territorios. Se exhiben en un equilibrio menos exuberante que en las estaciones del crecimiento, pero los ojos de los paseantes no sólo se fijan en ellos. A veces ni se fijan en ellos, los dejan estar. Los paseantes se concentran en el paisaje de contraste. Diría que incluso son los otros árboles, los desnudos, los esqueléticos, los huérfanos de floresta, los mutilados de ramaje, los verdaderos objeto de observación. Acaso porque son los que hacen meditar. Tampoco hay tantos paseantes. Hay meros transeúntes, ciertos jubilados que no paran de andar para tener la sensación de que no se detendrán jamás sus vidas, algunos solitarios que ven belleza en los rincones más insospechados, y que no cesan de hacerse preguntas cuya respuesta no logran atrapar, y escasas parejas para las que el amor es siempre un encuentro dichoso antes que una pasión obsesiva.



Los viandantes fieles del bosque son los que contemplan a éste en su rostro cotidiano. No van a mirar solamente cómo crece o cómo merma la vegetación, van también a adivinar los cambios. Siempre hay en el bosque un estado que no se ve. Los secretos individuos que buscan senderos menos frecuentados, caminan por la orilla de los arroyos, hunden sus pies entre las raíces descarnadas o acumulan barro en su calzado, indagan en los misterios del bosque. No van buscando otros seres, ni tesoros ocultos, ni restos de edificaciones, van tras lo que no se ve en medio de tanta apariencia de lo real.


Tal vez por esa razón son pocos quienes se introducen por los recovecos de la espesura. Pocos quienes tratan de profundizar hasta el corazón del boscaje más intrincado, sin dar con lo más sólido del mismo. Buscan la esencia de lo invisible, aquello que siempre hay que reconocer más allá de la mirada. Y de pronto, esos caminantes de la perplejidad y de la eterna busca, son poseídos por la abstracción. La orientación de una luz que lo rompe todo, la apertura de una frondosidad, el oscurecimiento de una dirección que parecía inequívoca, les hace sentirse potentes y a la vez quebradizos. Son conscientes de su carencia. Se aferran a lo que no tienen, a lo que no acaban de descubrir. Su paseo es ambivalente: les excita la necesidad del hallazgo, les hace decaer el desconocimiento que no cesa. Pero se sienten gratificados y sujetos por la tenaz lógica de un vínculo consigo mismos. Al volver a su rincón de paredes de ladrillo, uno de estos paseantes furtivos abre un libro de un tal Peter Kingsley, “En los oscuros lugares del saber, y lee con humilde sorpresa:

“En general, lo que no tenemos delante de los ojos es más real que lo que vemos.

Eso es así en todos los niveles de la existencia.

Lo que falta es más poderoso que lo que tenemos delante de los ojos. Todos lo sabemos. El único problema es que la ausencia es demasiado difícil de soportar, de manera que en nuestra desesperación, inventamos cosas para echarlas de menos. Todas son sucedáneos temporales. El mundo nos llena de sucedáneos e intenta convencernos de que nada falta, pero nada tiene la capacidad de llenar el vacío que sentimos en nuestro interior, de manera que tenemos que ir sustituyendo y modificando lo que inventamos mientras nuestro vacío proyecta su sombra sobre nuestra vida.”

Después de la lectura, el hombre no puede por menos que sentir frío, más frío que en la superficie de la tierra. Pero al menos se palpa. Y ya se sabe, el tacto pone a prueba su propio e íntimo calor. El que no se siente por las buenas.

sábado, 3 de enero de 2009

No a la barbarie



Yo, Yahvé, os hablo. Me gustaría deciros que todo esto que acontece de vuestra mano no debe ser en mi nombre. Pero sería vano. Puesto que mi nombre y mi significado y mi construcción lo habéis decidido vosotros y lo que queréis desde siempre que sea lo habéis manifestado a lo largo de los siglos. En multitud de ocasiones os habéis comportado como lo hacéis ahora. Sois un pueblo belicoso y lo justificáis en nombre de vuestra seguridad. Diréis que otros pueblos y otras civilizaciones siguen pautas semejantes. Puede ser. No hay tantas diferencias entre las naciones de la tierra. La competencia, el conflicto, la defensa, el poder, la riqueza, todo se intenta por parte de todos a costa de los otros. Cada pueblo secular mantiene sus ídolos y los exalta y los manipula para sublimarse y creerse los portadores de la verdad. Vosotros os tomasteis más en serio que nadie que erais mis elegidos. Y no andabais descaminados, puesto que vosotros me inventasteis y me hicisteis a vuestra imagen y semejanza. Vosotros quisisteis que yo os tuviera como favoritos. No al revés. Pero las obras de los humanos no son eternas, ni firmes, ni concluyentes. ¿Os imagináis que la palabra Yahvé se os fuera de las manos? ¿Y si el concepto Yahvé ya no quisiera perteneceros? Jugáis con la certeza de que tal posibilidad no se os dará, pero no os fiéis. Los conceptos se trastocan, los términos se alteran, los vocablos huyen, cuando ninguno de ellos se siente representado por vuestra mente, por vuestros labios, por vuestra voluntad traicionera. También ese otro dios llamado Seguridad o ese otro denominado Potencia o ese otro apelado Sión o Israel puede acabar deshaciéndose entre los efectos de vuestra propia violencia. Me usáis cuando os resulta útil, y si es preciso arrastráis a los que no se consideran religiosos como vosotros pero que también viven atemorizados por vuestros desatinos maniqueos. ¿Quisisteis alguna vez la paz de verdad con vuestros vecinos? No os engañéis. A mi no me engatusáis. No fue mi designio improbable ni vuestra invocación caprichosa de Mi la que os reinstaló en el escaso territorio que ahora ocupáis, a costa incluso de vuestros hermanos. Fueron las manos poderosas de las aves de rapiña que se repartieron el mundo hace sesenta largos años. Desde que el hombre es hombre y se transciende en cultura, ha representado su estar en el mundo con una faz variable. Si ha convenido exaltar a un Dios se ha hecho; si a una Moral justificativa de sus tradiciones que mantuvieran un control social, se ha hecho; si a un Estado que ha enfocado las relaciones con otros pueblos y naciones a través del enfrentamiento y del sometimiento en lugar de con el entendimiento, se ha hecho. En el fondo, todos siguen adorando el becerro de oro que Moisés reprendió con furia, pero sin demasiado éxito a lo largo de la historia de los tiempos. Una vez más, vosotros trasladáis a vuestros hermanos vuestra manu militari y causáis dolor, daños, sangre, incomprensión y desgarro. Quedáis en evidencia ante el resto del mundo, aunque pretendáis justificar vuestra violencia con la violencia de los otros. Ni el argumento es legítimo, ni sincero, ni proporcionado. Habéis negado el desarrollo y la justicia a vuestros hermanos, y muchos de ellos han recurrido desesperadamente a sus ideas extremistas y a sus respuestas violentas para tratar de defenderse de vosotros. Ya no está claro quién es David y quién Goliat en este trance histórico. Yo, Yahvé, os hablo. Apartad mi nombre de vuestra boca obscena; disolved mi concepto en aras de uno nuevo que se llame justicia, o paz, o desarrollo, o reparto colectivo; abandonad la memoria de las fantasías que habéis construido en torno a Mi para saciar vuestro egoísmo, para daros una falsa carta de creencia y para mantener en la sumisión a otros habitantes de la tierra. Yo, Yahvé, concepto hueco en vuestra mente insensata, retornaré al mundo etéreo que ya existió antes de que vuestra cultura se formara. Sería más ajustado a razón que reconocierais en vuestro Muro de las Lamentaciones el culto al Dólar, al Euro o a vuestro Miedo. Llamad a las cosas por su nombre, cambiad de actitud, purificaros con actos que salven a todos y no con falsos golpes de pecho, pues ya fue dicho por el profeta: “Volverán los elementos de la tierra y de los mares y de los cielos a interponerse entre aquellos pueblos y tribus que no sean capaces de avenirse por propia voluntad. Y la manifestación de su furia no podrá ser contenida por la fuerza desmesurada de poder y de armas que exhiban quienes agredan a sus hermanos privándoles de una oportunidad de vivir”.



viernes, 2 de enero de 2009

Ocuparse


Y cuando esa encarnación crece, cuando los contornos se devoran, cuando ese habitar el espacio del otro se tiñe con el color de la vida, cuando el paisaje se despliega para roturar nuevas sendas, cuando las luces se extravían, cuando el aire desaloja una atmósfera enmohecida, cuando la presencia del tacto reconoce las corporeidades que se van formando recíprocamente, cuando las ruinas que hay detrás de cada figura se desgarran, cuando lo lóbrego abre paso a lo puro, cuando nada anda ni nada se detiene, cuando los gritos se ahogan para ceder al silencio, cuando las antiguas palabras se tornan en un eco que va alejándose, cuando las miradas resplandecen en medio de una lumbre que se enciende, cuando los latidos amenazan con prenderlo todo, cuando la materia de la carne no se reconoce sólida, cuando el aliento se desprende líquido, cuando el pensamiento es solamente sueño, cuando el sueño es la cúpula del hombre sin llanto, cuando uno no se ve a sí mismo, cuando el otro no se ve a sí mismo, cuando las palabras nuevas se mascullan con el lenguaje más íntimo, cuando sólo se vislumbra lo que se palpa, cuando la calidez del color de la vida desplaza todas las demás tonalidades, cuando se transponen los movimientos habituales de la tierra, cuando un aposento ocupa sin medida al otro aposento, cuando la voz ya no dice sino gime, cuando los elementos se diluyen y se expanden más allá de los huesos, cuando lo fuerte es apariencia, cuando lo frágil es fuerte, cuando todo se para, cuando todo se calla, cuando todo se muere.


(También es de Michal Hustaty el complot fotográfico)

jueves, 1 de enero de 2009

Expectante


Expectantes ante los días que vendrán,
que los acontecimientos no nos cojan por sorpresa;
como aves emprenderemos vuelos y habitaremos espacios
que la tierra generosa disponga para que rescatemos la vida.


(Michal Hustaty fotografió)