"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





miércoles, 7 de enero de 2009

Ese navío



Tal vez se ve a sí mismo solitario, varado ya sobre aguas de escaso calado, mostrando emergente su casco roído, sugiriendo un principio de inclinación sospechoso, desgastado por el azote de la sal y de los vientos, en ese territorio inseguro para su avance, donde la proximidad de la arena muestra el riesgo del encallamiento definitivo, siendo que el acoso de las nubes no presagian que el temporal se pacifique, bajo cuya quilla la inmensa base líquida que aún lo mantiene a flote bulle en picado conmoviendo su estructura, sabiendo que la juguetona luz umbrosa abre una apuesta arriesgada sobre él, advirtiendo que la supervivencia reside en la deriva que lo eleva o lo hace sucumbir, pendiendo su destino de una visión y de una actitud y de una medida renovadora, ese momento en que se enfrentan sobre su piel de acero los colores más intensos que haya dado el pulso entre los elementos y los hombres, a través de esa escena en que queda paralizado todo salvo los recuerdos de sus navegaciones, se ve arrogante y terco como una nave a la que le deberían quedar aún muchos oleajes por surcar, cuyo pabellón desafía la oscilación de los aires que arremeten contra sus mástiles, disimulando sus síntomas evidentes de deterioro acaso sin retorno, irguiendo altaneramente por sus costados los perfiles de su capacidad generosa y de su hondura reconocida donde caben todas las mercaderías de los sueños, precisamente él que cuenta en su haber con un recorrido amplio donde el movimiento perpetuo e imparable de las aguas lo ha mantenido en su dirección, le ha fortalecido en su sentido, ora sometido a tempestades, ora a mareas calmas, ora a través de rutas no elegidas, ora a acosamientos imprevistos pero también a a factores benévolos, tratando de no perder el rumbo en los momentos más oscuros, solicitando la complicidad de fuerzas eólicas que compensaran la acometida de las profundidades enfurecidas, agradeciendo los olvidados amaneceres reposados, ungidos por el aliento del sol, donde hallara el equilibrio ansiado...


(Fotografía del griego Stelios Tsagris)

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