"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 30 de enero de 2007

Eh!



Nunca una interjección tan simple movió tanto al grupo. Eh! El coro de discípulos, que ha seguido con atención y fervor las máximas que les transmite el maestro, se altera. Un sencillo toque, un simple chasquido, el monosílabo más fugaz y relampagueante, y la composición del cuadro varía. ¿Toda? No, el maestro no se ha alterado, el maestro permanece hierático, el maestro nunca pierde el ángulo de visión. Él es el vértice: la referencia. Es el punto de luz: la atracción del conocimiento. Es el fanal ineluctable: la guía. Diríase que la escena ha sido traicionada por el elemento exterior, ese eh! Pero en los rostros de los discípulos no hay señales de sorpresa. El envés es tan monolítico, tan rígido, tan poco espontáneo como la disposición opuesta. Es como si molesto por la alteración, el grupo siguiera centrado en la doctrina que se le está impartiendo. Los individuos han girado sobre sus propios talones, sin emoción, sin inquietud, impasibles. Como si se mostraran en guardia, vigilantes de que nadie les robe el pequeño fuego de ascesis que están recibiendo. El eh! está a punto de desistir. En la casa de los iniciados cualquier duda es mal acogida. Ellos están ahí para adquirir sobre todo seguridad. Después, creen, purificación. Después, cómo comportarse, cómo buscar, ¿cómo saber? Inmensa propuesta. ¿Qué pretende, entonces, la intrusa y vocinglera interjección? Tal vez desvestirlos del todo. Tal vez intentar que vivan la renovación continua, y no sólo que ésta sea un acto simbólico pasajero. Un entreguismo, una dejación, una renuncia en blanco. Podría parecer que es el maestro quien les ha sugerido el uso y acomodo de tal indumentaria, cuyo objetivo parcial sería desproveerlos de las ideas y conductas anteriores. Podría insinuarse que es el maestro, y no la duda, quien les va a enseñar a ver sus desnudeces. La duda y el maestro pueden coincidir técnicamente, en cuanto método, en cuanto intención. Pero no en cuanto objetivo a lograr. Tras la ceremonia, los acólitos volverán a vestir, pero esta vez con nuevas concepciones, nuevas directrices, nuevas sendas. Que tal vez no lo sean, porque la calidad de lo nuevo no es posible sin cuestionarse permanentemente. Y la duda se quedará, por un momento, muda. No sabrá cómo actuar. La duda sabe que la referencia directa de otro hombre, por muy reconocido y consagrado que se considere, también es quebradiza. Que el conocimiento transmitido por otro hombre, siempre es sesgado, mediatizado, impreciso, limitado. Que la guía ejercida por otro hombre siempre es manipulación y conduce por una dirección única. Más adelante, los fieles se revestirán, ungidos ya por la sabiduría rectora, y la imagen de desvestimiento, quedará como liturgia, como memoria efímera. Saldrán del templo o de la cámara de los padres conscriptos, a deambular por el mundo, soberbios y encegados de presuntas revelaciones. Estén en rebaño o caminen solitarios, volverán tarde o temprano a oir la interjección fatídica, el chasquido, tal vez una modalidad de silbido rápido. Tratarán probablemente de no volverse, como si la cosa no va con ellos. O se girarán con firmeza y temple, tratando de controlar lo imprevisto. Incluso se dotarán de máscaras para que el mensajero espontáneo no les fuerce a revelar turbación en sus caras y actitudes reflejas naturales en sus portes. Pero, ¿quién puede evitar un trapiés? ¿Quién está libre de dudar? ¿Quién? Eh?
(Montajes fotográficos del artista chino de perfomance Zhang Huan)

1 comentario:

  1. Magnífico Fackel. Una aparente y simple interjección, unas imágenes y te has desbordado.Haces que uno se cuestione el grupo, el aprendizaje. Has desnudado la foto, lo sabes no?, estabas seguro de ello eh!
    Buenas noches;-)

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