"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 21 de diciembre de 2006

El poeta



Usted es o al menos se considera un poeta romántico cuando ya no se lleva y escribe una línea y luego se detiene un rato y se toma un sorbo de café y luego contempla por inercia la mesa y coloca la estilográfica bocabajo y duda y la alza nuevamente y se apoya en su mano izquierda delicada y frágil y chupetea la caperuza de la pluma y piensa y cree más bien que piensa porque lo que hace es abstraerse o mejor dicho olvidarse por un momento de lo que pretende escribir para recordar más bien que debe a la patrona el mes que termina y el mes anterior y que no se atreve a acercarse a la tienda de comestibles porque su cuenta de moroso adquiere un grosor considerable y ya le cuesta acercarse hasta la biblioteca de la calle diecinueve donde le acucian para que devuelva varios libros prestados que usted ya no posee porque los ha vendido en una librería de viejo y teme que cualquier día sus acreedores le denuncien aunque no sería la primera vez que le hayan denunciado y acordarse de esta circunstancia no le consuela en absoluto sino que simplemente le concede la posibilidad de que su condición pobretona le juegue otra vez una mala pasada y por esa misma razón usted trata de escribir en la mesa de mármol del cafetín y trata de hacerlo para olvidar su penuria y sus dificultades y de paso aprovechar el calor que emana de la estufa e inmerso como está en su empeño de conseguir unos versos donde usted desea volcar su pathos al estilo de los románticos más reconocidos de su país usted no se fija en que el local va quedándose vacío y que la hora del cierre va llegando y usted comprende que ésta es una situación comprometida porque por una parte debe conseguir escribir varias líneas y si es posible una estrofa o dos y así el logro adquiriría para usted una dimensión significativa y anímicamente mejoraría su estado y daría por buena la tarea y las horas consumidas en aquel rincón donde se oculta prácticamente a la vista de los parroquianos del bar y a la vista de los ciudadanos que en realidad no están pendientes de usted de ningún modo o más bien que le ignoran y si usted se diera cuenta de que no interesa a nadie sufriría menos o acaso usted necesita creerse que su mera presencia allí y su pose y su vestimenta y sus cabellos y su aire melancólico y huidizo atraen la curiosidad de la clientela y esta coyuntura le favorece y le complace a los sueños que usted genera sobre sí mismo y como se enreda en estos pensamientos mientras el humo del tabaco se ha ido diluyendo usted apenas garabatea y no le importa mucho porque sospecha que para escribir también hay que meditar y qué mejor actitud para concentrarse y recabar una organización de las ideas en su mente que quedarse contemplando inmóvil el interior de la taza vacía de café donde los restos son ya un espejismo y apenas luce una costra y los posos asemejan las hebras de cigarro y cuando se quiere usted dar cuenta la empleada de la café ha apagado varias luces y le permite que se mantenga la lámpara más próxima a su mesa porque siente por usted una simpatía indefinida donde no sabe muy bien ella qué hay de cierta atracción poco matizada por usted o de bastante lástima por ese abandono y esa reclusión que usted vive al aislarse de un mundo que le exige pero que también le podría dar y que un poeta romántico no puede admitir porque de lo contrario la capacidad de inspiración y el status y el rol que ansía representar no estaría validado por los cánones que usted imagina y usted está convencido de que sin esa naturaleza de poeta que se pretende maldito y sin esa sensación de expulsión de la comunidad de los ciudadanos normales usted no podría llevar a efecto su obra y en esta vorágine de ideas cruzadas usted no percibe que el local se ha quedado vacío y que la persiana de la puerta está bajada a medias y que la camarera ha barrido casi todo el suelo y ha terminado de fregar los últimos vasos y ha desconectado la cafetera y que empeñada en un bostezo y en un estiramiento disimulados se ha quitado el mandil y lo ha tirado sobre un armario y que ahora se acerca a la mesa donde usted mordisquea la pluma y donde por fin ha escrito cuatro o cinco versos y no nota cómo la mujer coge una silla y se acerca a la posición que usted ocupa y le contempla en silencio y si usted estuviera a lo que tendría que estar comprobaría que en la mirada de la mujer hay un destello de admiración por usted y sumido como está en sus argumentos contradictorios y en sus batallas por construir juegos de palabras que expresen esa idea anticuada que usted persigue sobre la expresión poética no ve y no siente y no se emociona cuando la joven le pone una mano sobre el hombro y cosquillea su cuello y con sus dedos largos trenza los cabellos de usted joven poeta trasnochado.

(Cuadro del pintor polaco Czapski)

4 comentarios:

  1. Hermosa pintura de corte expresionista, aunque desconocía al autor. Lo poco que sabe una. El texto es un paseo curioso y sugerente por la habitación del poeta (vamos, la taberna). Me gusta. El poeta y el romanticismo fuera de juego son tipos y temas siempre atractivos.

    Abrazos.

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  2. Realmente no se da cuenta usted de la mirada de admiración de ella.
    Estupendo texto.

    Buenas noches

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  3. Me ha emocionado mucho este texto. Porque huelo el resto del café, incluso el de un cigarrillo que no está presente, porque me adentro en la mente del poeta y pienso, porque me siento en las manos de la camarera y siento, porque al pensar y al sentir me constituyo en aquello que soy y no quiero dejar de ser.
    Un abrazo

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  4. Todos los textos tendrían que ser portadores de emociones, no crees, pero con que una mínima parte de ellos lo sean, con que alguno de ellos, perdido en esa estancia secreta y acogedora del cerebro de alguien que necesita hablar con el azar, deje caer una porción de sorpresa o de asombro o de prospección o de dolor o de alegría, con que unas palabras, por mínimas que fuesesn, trasladaran algo del instinto de la vida, sólo por eso, sólo con eso, bastaría.

    Gracias por tu comentario, Ataúlfa.

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